NO SE ENTIENDE NADA

    La tercera ola de la pandemia ya está aquí. Por mucho que los expertos hayan hecho todo lo posible para que la sociedad española (sin ánimo de generalizar) sea responsable y cumpla con la normativa vigente, con su seguridad y con su entorno más cercano y más lejano, por más que se ha pedido cordura durante las navidades, por más que los datos de la covid-19 sean aterradores (la incidencia acumulada en Elda y Petrer se ha más que duplicado en una semana; la cifra de positivos totales alcanza los 1.183 casos en solo cuatro días), por más que se nos ruegue un sacrificio de limitar la socialización y la diversión hasta que el maldito bicho sea derrotado, el personal se lo pasa todo por el acueducto de Segovia con dos narices (por no decir algo más soez aquí)... Y lo más grave de todo esto es que muchos cuartelillos, casas, campos e incluso azoteas, sótanos y garajes privados sean lugares de reuniones y fiestas del todo ilegales ¡como si no hubiese un mañana! ¡Como si con los festeros y los fiesteros no fueran focos de contagio!, que obliguen el cierre de hostelería y comercio no esencial a las 18:00 y bingos y casas de apuestas deportivas hayan estado (hasta hace poco) abiertas —y a rebosar de gente— hasta altas horas de la madrugada, ¡como si estuvieran en un lugar impermeable al bicho (permítase la expresión coloquial a la que estas líneas teclea)! 

    Que la hostelería sea una especie de cabeza de turco es tan cierto como el aire que respiramos. La criminal "caza de brujas" a la que se ha visto sometida por parte de la autoridad ¿competente? es tremenda; este sector es esencial para la economía y el empleo de las ciudades y los pueblos de España, por los beneficios que generan a todos los niveles y por lo que significa para la socialización de la ciudadanía y el turismo. Si cumplen las condiciones establecidas en el marco del Estado de Alarma, si adoptan todas las medidas de seguridad e higiene, si no hacen otras cosas que pongan en peligro la salud de la clientela, si… ¿Qué culpa tienen de que haya un puñado de irresponsables que se juntan como sardinas en lata, sin mascarillas ni la pertinente distancia de seguridad? ¿Qué culpa tienen de la nula empatía y la escasa sensatez de la gente que cree en el antropocentrismo llevado a la máxima exponencia? 

    ¿Qué está pasando por la cabeza de tantos insensatos? ¿Qué pasa, que el coronavirus no va con ellos? ¿Qué pasa, que la fiesta está por encima de todo y de todos y es tan imprescindible como para relegar la salud y la vida de todos los ciudadanos a un quinto y sexto plano? ¿Qué pasa, que la vacuna va a ser suficiente para acabar con la pandemia? La escasa conciencia de estos personajes se suma a la realidad amarga del Estado de Alarma establecido por el Gobierno central; se delega la gestión de la crisis sanitaria en los presidentes autonómicos, pero no se les permite tomar decisiones sobre el tema, recurriendo ante los tribunales de justicia el adelanto del toque de queda. Si unos actúan y otros tratan de tumbar sus medidas, ¿a quién hay que hacer caso? ¿Qué importa más, la salud o la legislación que impone cada autoridad? Es como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. ¿Qué sentido tiene otorgar la gestión del Estado de Alarma a las comunidades autónomas si luego se les niega la revisión del mismo, como poco? Que hagan el favor de explicar el tema, porque no se entiende nada. Es necesario que las autoridades busquen soluciones en unidad y eficacia, viváse dónde se viva, porque no es baladí lo que está pasando. 

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