LOS RETOS DEL PP EN 2010.

Una encuesta publicada recientemente por un prestigioso periódico de tirada nacional revela que el Partido Popular encara el sexto año de José Luis Rodríguez Zapatero como jefe del Ejecutivo con 5,5 puntos de ventaja en intención de voto, lo que constituye un considerable vuelco en un año, puesto que hace 12 meses era el partido de la rosa el que superaba en 3 puntos al de la gaviota. Pero, paradójicamente, como apunta el famoso rotativo nacional, Zapatero está mucho mejor valorado que Rajoy por los electores sondeados en la susodicha encuesta.

Este dato llama la atención si se analiza con detenimiento. Y es que es cuando menos interesante que a pesar de la durísima recesión económica, de los cuatro millones de parados, de la latente falta de confianza en el rumbo del país, del desastre de las cuentas públicas o de las sonadas decisiones y medidas adoptadas en materia cultural, internacional o económica por el Gobierno mucha gente siga fiándose más de Zapatero que de Rajoy… Y un dato de tal calibre debería hacer reflexionar en serio al principal partido de la oposición, plantearse un posible cambio de estrategias y dejarse de actitudes contradictorias, blandas o pasotas en temas en los que los ciudadanos exigen actuaciones, medidas y respuestas contundentes. Si de verdad quieren plasmar en realidad parlamentaria lo que las encuestas empiezan a pronosticar deberían asumir que tienen mucho que mejorar y muchos retos que afrontar para ganarse el voto de un electorado escéptico y hastiado de unos y de otros.

No basta con organizar convenciones temáticas a las que sólo pueden asistir militantes, simpatizantes y/o cargos electos; sus afines no precisan ser convencidos de nada porque saben que escucharán lo que quieren oír. Hay que dejar de atender intereses varios y salir a la calle con frecuencia a hablar y a escuchar a la gente, ver cómo se las ingenia para sobrevivir con unos sueldos y pensiones de vergüenza y con unos impuestos y tasas que son abusivos y en ningún caso hacen percibir a la ciudadanía que redunden en una mejora de su calidad de vida, ver cómo se necesita una política económica valiente y enérgica que genere empleo de calidad, ver cómo se necesita una postura firme, coherente y común en toda España acerca de unos recursos hídricos que son de todos y a los que todos tenemos derecho, ver cómo se necesita una gran reforma en materia educativa que eleve el nefasto nivel cultural de niños y jóvenes, ver cómo se necesita imperiosamente una gran reforma judicial para atajar la clamorosa inseguridad ciudadana o ver cuánta falta hace una apuesta veraz por el apoyo a las políticas de conciliación familiar y laboral. Y todo esto se palpa, se nota y se huele cuando se sale a la calle, cuando se escucha con sincero interés a los ciudadanos, cuando se está cerca de ellos por muy alto que sea el cargo público que se ostente, cuando se tiene un discurso serio y sensato y cuando ese discurso es capaz de movilizar al ciudadano, despertarlo de su letargo, sacudirle sus complejos y sus temores.

También es un reto para el PP que Mariano Rajoy deje de mirar para otro lado y cambie de actitud en el asunto de los escándalos y los líos que desde hace meses salpican a dirigentes y cargos públicos del partido en diversas zonas de España. No hacer nada sólo provoca desconcierto y desconfianza en los militantes y en los electores; es verdad que la presunción de inocencia es sagrada y que los órganos y los estatutos del partido están para cumplirse y que su aplicación y cumplimiento llevan su tiempo, pero no estaría de más que los ciudadanos percibieran una actitud más enérgica, más clara y más radical en este tema. No deberían olvidar los políticos populares que si están donde están es porque tienen el respaldo de más 700.000 militantes y de más de 10 millones de votantes, y esas personas merecen poder sentir la confianza en su partido. La confianza de que, si se cumplen las encuestas, el PP será capaz de afrontar los muchos problemas del país sin tener que ocuparse de los suyos propios… Que por ahora no son pocos.