SULTÁN.













El árbol se desperezó sonoramente, aprovechando el mañanero y fresco viento que envolvía el solitario paisaje campestre ese día gris de principios de invierno. Miró a su alrededor y gruñó por lo bajinis, maldiciendo el progreso que desde hacía más de medio siglo estaba obstaculizando su costumbre de dormir hasta el mediodía arrullado por los ruidos naturales del campo; cuando no era un tractor, era un avión, y cuando no, un camión, y cuando no, los diferentes helicópteros de las fuerzas de seguridad... El caso era que no podía quedarse dormido hasta que el sol estaba bien alto en el cielo, como era su deseo y como llevaba haciendo desde que tenía uso de razón. El progreso estaba muy bien para los humanos, pero para sus semejantes y para él había sido su condena a la desaparición y la tortura física y psicológica; ¿Les gustaría a los humanos que los quemasen vivos? ¿Por qué entonces cada año hay más incendios de árboles, de montes y de matorrales? ¿Les gustaría a los humanos que los partieran por la mitad para fabricar papel? ¿Por qué entonces con los árboles sí lo hacían? Ellos frenan el avance de la desertización y dan mucho oxígeno al medio en el que viven; los humanos tienen que dejar de comportarse como salvajes y cuidar más lo que los rodea, porque parece que no se percaten de que cuando todo se acabe ellos se irán también al carajo. O a una sustancia blanda y maloliente que echan de sus lindos traseros y que a los pollos les encanta picotear.

Varias hojas de esta sequoia de altura considerable y anchura encantadora a la que el exceso de sol puede ocasionar graves perjuicios, y cuya longevidad puede llegar a los 2700 años (en los ejemplares gigantes), cayeron al suelo. Estaba empezando a lloviznar, y se agitó para recibir toda el agua que fuera posible; se encontraba sediento por el prolongado lapso de sequía que había sufrido esa comarca mediterránea y que tanto daño había ocasionado al medio ambiente. Estaba jubiloso, satisfecho por poder darse un baño después de tanto tiempo.

A este ejemplar maravilloso le decían “el sultán”, porque era un árbol con porte de soberano árabe, majestuoso, soberbio, bello y merecedor de los más candorosos piropos y las más amorosas caricias. Regalo de un gobernador de un pueblo del Pacífico a su homólogo alicantino después de un viaje de éste en 1.820, se adaptó con asombrosa facilidad al clima y a la tierra que lo acogió, y había sido testigo privilegiado de revueltas, una guerra, incontables terremotos, innumerables inundaciones, aires de dictadura, aires de libertad, una intentona golpista, atentados, muertes crueles, accidentes desgraciados, cambios tecnológicos y sociales, primaveras, veranos, otoños, inviernos, gentes con alpargatas, gentes con tractores, gentes con unos chismes en las manos que decían que eran teléfonos móviles... Todo cambiaba a su alrededor, todo nacía, crecía, se multiplicaba y moría, todo evolucionaba ante su mirada, todo iba y venía, todo se transformaba y todo variaba con el discurrir de los minutos, los días, los meses y los años. Y Sultán asistía impertérrito y aventajado al avance del tiempo. Era muy afortunado, y lo sabía. Eso de ser tan longevo le gustaba, porque veía cosas que nadie había tenido oportunidad y que sólo conocían de oídas y por los libros de Historia. Ser un árbol tan precioso y tan imponente le servía para ver los amores furtivos, los amores apremiantes y apasionados de varias generaciones de humanos, para escuchar confesiones apabullantes de las personas que se sentaban apoyando la espalda en su tronco y hablando en voz alta expulsaban todas las congojas y preocupaciones que los carcomían, para ser testigo de nacimientos de animales y plantas y decesos horrendos y espeluznantes, para cobijar bajo sus ramas a aves que le hacían cosquillas con sus nidos y que interrumpían con frecuencia su sosiego con el piar de sus hambrientas y asustadizas crías y para escuchar a regañadientes y con estoicismo las clases de canto que los pájaros daban a sus retoños. Le encantaba oír el trinar armónico y entonado de las aves adultas, pero daría algo por escapar con la velocidad de un fucilazo cuando los bebés de pájaro no cogían el tono y sus progenitores se desgañitaban para hacérselo ver.

A medida que la mañana avanzaba, Sultán veía encapotarse más y más la bóveda celeste y se barruntaba que la lluvia no demoraría mucho su aparición en escena en serio. Sonrió enternecido al pensar en la cantidad de animalitos que acudirían a refugiarse bajo sus ramas en cuanto el cielo empezase a descargar el torrente de lágrimas que llevaba días conteniendo. A las únicas que detestaba con todas sus fuerzas era a las culebras; las odiaba porque devoraban a los pajaritos y ratoncillos sin ningún recato. Por mucho que el comportamiento de las serpientes no sea más que la ley de la naturaleza y de la vida, él no soportaba a esos reptiles de cuerpo escamoso y repugnante y lengua espantosa y (en según qué especies) cargada de veneno. No. Definitivamente, eran los únicos animales a los que detestaba con toda su alma. Si pudiera, los haría desaparecer de la Tierra. ¡Qué repelentes le resultaban!

Las primeras gotas gordas y continuas de lluvia provocaron la sonrisa complaciente y bonachona de Sultán; tal y como sospechaba, pájaros y ratones se apresuraron raudamente a cobijarse bajo el manto protector que formaban sus ramas y los pequeños agujeros que el tiempo había hecho aparecer en su tronco. No pudo evitar reírse de buena gana escuchando el murmullo de las conversaciones de gorriones, mirlos y ratones. No pudo evitar enternecerse contemplando al roedor más veterano de la colonia de ratones, que tenía a las crías de éstos debajo de su panza para darles calorcito y evitar que se mojaran. Sultán sabía que se estaban burlando de los caracoles, esos pobres desgraciados que caminan arrastrándose y que lo hacen más cómodamente cuando llueve, y a los que los humanos cazaban sin piedad aprovechando esa situación meteorológica. ¡Si aprendiesen a caminar sobre el terreno seco se evitarían ser cogidos y destinados a la paella o a la cacerola de los gazpachos!, dijo el anciano ratón, ignorando deliberadamente que la propia constitución física y fisiológica de estos diminutos moluscos les hace actuar de semejante forma.

La lluvia cesó bien entrado el mediodía. Sultán esperó con paciente parsimonia a que los animalitos saliesen a beber, a bañarse o a tornar a sus madrigueras y refugios para sacudirse sin contemplaciones el agua de las ramas y de las hojas y admirar una vez más el maravilloso espectáculo del campo mojado, aspirar el olor dulzón y embriagador de la tierra húmeda y ver el embellecimiento natural de árboles y plantas. Lo invadía poco a poco la sensación de sueño, de serenidad, de paz; se desperezó ruidosamente y se quedó dormido con la placidez de un bebé, mientras el trinar de los pájaros y los cantares dulces y serenos del viejo roedor tratando de adormilar a las crías de los ratones mientras éstos buscaban comida le llegaban cada vez con menos claridad. Durante dos horas estuvo traspuesto, soñando con batallas heroicas de todos sus amigos del campo contra las serpientes y con la victoria final sobre ellas. Soñar es muy bonito; despertar y ver la realidad es muy deprimente.

Los jadeos desesperados del anciano ratón hicieron que Sultán se despabilara bruscamente. Aterrorizado, contempló cómo el desventurado animal luchaba contra una enorme culebra que pretendía devorar a las crías de sus compañeros de colonia. Sultán se sintió impotente; por una vez deseó poder arrancar sus raíces de la tierra y acudir en auxilio del roedor. Sólo pudo ver la infructuosa valentía de su amigo plantando cara al asqueroso reptil, pegándole dentelladas allá donde le era posible, manteniéndolo a raya de las crías hasta que un mordisco letal en su cuello fue su sentencia de muerte. El roedor se desplomó con un resuello de agonía bajo la sombra de un entristecido y enrabietado Sultán, mientras éste se disponía a ser testigo del festín de la repelente culebra.

Maldita hermosa Naturaleza; ¿por qué tenía que regirse por unas leyes tan injustas y tan crueles? ¿Cómo les explicaría a los ratones lo que había pasado cuando regresaran y viesen la escabechina? Sabía que ellos no iban a reprocharle nada porque la vida es así, pero le dolía no poder evitar injusticias tan grandes. Por una vez deseó no ser árbol. Aunque en el transcurso de dos siglos había sido testigo de innumerables tragedias, ésa que acaba de presenciar le había atravesado el alma; no merecía ese roedor bonachón tener una muerte como la que estaba escrita en su sino. Se había ganado la simpatía y el cariño de todos los habitantes del campo con su manera de ser y por ayudarles y protegerles en todo cuanto le era posible. Esa generosidad habíale costado la vida. Sultán, muy a su pesar, derramó algunas lágrimas. Por su amigo el ratón, que acababa de expirar con un último y postrimero estertor y yacía bañado en su propia sangre. Por las crías que empezaban a desaparecer, engullidas por la aborrecible intemperancia de la culebra. Por los ratones que acababan de perder a sus hijos y a su mejor amigo.

Sultán elevó su mirada a un cielo que iba dejando paso al azul como si quisiera abrir sus puertas al roedor y a las crías y trató de no llorar más. Sentía la pena corriéndole desde la punta de las raíces hasta la copa mientras evitaba mirar hacia abajo y seguir presenciando el asqueroso festín de la asesina. Era ley de vida lo que acababa de suceder. Por mucho que le costara entenderlo.
A veces le gustaría no haber nacido árbol. Así podría evitar tragedias tan injustas como las de su amigo el ratón veterano y las crías de sus compañeros.

Pero árbol era. Y le llamaban Sultán.

Comentarios

Francis Nicolás ha dicho que…
¿Ahora fabulas? Jo...

¿Qué género literario te falta por tocar? ¿Alguna Vanguardia, quizá?

Ser árbol tiene sus ventajas a poco que asumas que lo eres. Las cosas se deben ver, esperar, y sufrir de forma muy distinta cuando sabes que, por mucho que te pongas, no tienes piernas y debes permanecer enhiesto al pie del cañón. Por mucho moho, liquen y mugre que se te acumule en tus raíces.

Un beso, navaja suiza literaria...

Hasta Dicybug se enternecerá ante la muerte del anciano ratón.
Anónimo ha dicho que…
Hola Puri,

Me ha gustado ver el mundo a través de los ojos de un árbol. Es un ejercicio interesante.

En cuanto al final, creo que como yo temía por el árbol, en cierto modo la muerte de los ratoncitos me ha quitado un peso de encima.
Para mí hubiese sido mucho más triste que alguien hubiera considerado que el árbol molestaba y lo hubieran cortado.

Te ha quedado muy bien.

Un beso!!
Puri ha dicho que…
¡Profeeeeeeeeeeeeeeee, GRACIAS por tu piropo literario! Graciasssssss. Escribir esta fábula fue complicado, porque... Tela lo de pensar como el árbol y hablar como habla él.

Pues... ¡¡Será cuestión de ponerse con las vanguardias, jejejeje!!

Dicy, de momento, no se ha pasado por aquí... ¡Espero su visita!

BESOOOOOOOOOSSSSSSSSS,
Puri ha dicho que…
¡¡¡GRACIAS, Sapo!!!

También pensé en el final que te temías, jejeje, pero me decidí por el otro... Quizá porque "me enamoré" de Sultán.

BESAZOS,
buggy ha dicho que…
Hola Puri,
¡por fin un escrito no moralizante, sin mensaje, sin espíritu concienciador!
Parecía que no iba a llegar nunca :)
Puri ha dicho que…
¡¡Jajajajajajajajaja, GRACIAS, Dicy!!

¡¡Parecía que tu alabanza nunca iba a llegar!! Jejejeje.

UN ABRAZO,
Anónimo ha dicho que…
Hola Puri,
La verdad es que yo estoy plenamente convencida de que no hay nada malo en que los nños duerman con sus padres si eso es lo que todos los implicados desean.
Mientras ellas quieran y a mi marido no le importe, yo seguiré encantada durmiendo con ellas.
En cualquier caso, agradezco mucho tu sinceridad. Sé que mucha gente opina como tú, pero al final cada uno hace lo que cree mejor para los suyos.
Un besazo!! :)
Anónimo ha dicho que…
:)
Francis Nicolás ha dicho que…
Alumnaaaaaaa ¿ande te metes? ¿Huyendo del plantón? Je je je

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