DIARIO DE UN FIN DE SEMANA EN BENIDORM.

Sábado 30 de mayo de 2.009.

Otro año más en Elda son las Fiestas de Moros y Cristianos, y otro año más aprovechamos para hacer nuestra ya tradicional escapadita a Benidorm. Desafortunadamente las circunstancias y el bolsillo sólo nos permiten dos días de relax, pero ya me doy con un canto en los dientes conforme está el patio.
Tras un tranquilo trayecto en autobús Elda-Alicante y Alicante-Benidorm, arribamos al mediodía a la cosmopolita ciudad. Me siento tan a gusto aquí, que de tener posibilidades, no lo dudaría: ¡Me vendría a vivir encantada! Aquí hay mar, playa, relax, bullicio, actividad, movimiento… ¡Una gozada! Y eso que soy cagaldera a muerte, ¡a mi Elda que no me la toquen! Pero Benidorm es muy especial.
Llegada al hotel Camposol. De 2 estrellas. Bien situado, limpio y decente, aunque con unas barreras arquitectónicas que parece mentira que aún existan y aún se consientan en estos tiempos. Compruebo horrorizada que la comida es espantosa y que la habitación que nos asignan a mi tía y a mí da al patio de luces… ¡Joder, me cago en la leche! ¿Pero es que nos persiguen la comida horrenda y los patios de luces en nuestros viajes…? Menos mal que compruebo que los salones de juego, TV y baile están perfectamente separados (no como en el hotel de Lloret de Mar, ¡que me pongo mala cada vez que me acuerdo, coño!). Algo es algo.
La tarde transcurre tranquila y placentera. Disfruto con el ambiente bullicioso, comercial, alegre, despreocupado y entretenido de la zona de la Plaza Triangular. Y me causa un sobrecogido espanto la visión de un mendigo discapacitado, a duras penas apoyado en dos viejas muletas, con todas sus extremidades retorcidas y con aspecto de ser un paria de algún país de Asia. A la moneda que le doy me responde con una preciosa y humilde sonrisa y un “gracias, que Dios te bendiga”, que se me clava en el alma. Ya es duro padecer una discapacidad, pero cuánto más duro debe serlo en otras culturas que ven esto como un castigo de los Dioses y no como lo que es: Un accidente de la Vida, con el que se puede convivir y al que se le gana la guerra plantándole cara.


Domingo 31 de mayo de 2.009.

La mañana transcurre lluviosa primero (la lluvia, que parece viajar conmigo en mi maleta, me cago en ella trescientas veces) y nublada después. Disfrutamos del paseo por el parque de Elche y la playa de Poniente, y respiramos aliviados cuando regresamos al hotel y vemos que hay paella de marisco para comer; no es ninguna maravilla, la verdad, pero está buena y comemos muy decentemente.
La tarde también transcurre lluviosa y encapotada. Jugamos unas cuantas partidas al parchís (empiezo a creer que lo mío en los viajes es darle al cubilete mientras llueve, porque vamos…), y después nos regalamos una buena excursión por las tiendas del centro; ¿me estaré convirtiendo en “María sin gusto”? No veo ropa que me atraiga, por lo que desisto de comprar nada.


Lunes 1 de junio de 2.009.

Tras pasar la mañana en Alicante, regresamos a Elda después de comer. El trayecto en autobús es tranquilo.
Este año se me ha hecho muy corta la estancia en Benidorm, demasiado corta. Pero las circunstancias mandan. Ya vendrán tiempos mejores.