DUDA EN EL HORIZONTE.

[Al juzgar este relato, tened en cuenta que lo escribí en el verano de 1.995, con 19 años recién cumplidos. Lo conservo con cariño porque es de lo primero que creé en las clases con my dear profe Ariovisto, pero el texto es una verdadera mierda, siendo sincera].



1.


Me llamo Isabel, tengo actualmente 29 años y soy abogada.
La verdad es que, cuando recibí la oferta de esta editorial, me sorprendí un montón; pero llegué a la conclusión de que si daba a conocer mi historia, tal vez pudiera servir de ejemplo para otras personas que se hallen en mi misma situación.

Hace algunos años era (y lo sigo siendo) una chica bella (¿por qué no admitirlo?), morena, de ojos verdes y alta. Era alocada, díscola, contestona y un poco despistada. Tanto, que mis padres me decían el terremoto Isabel.
Acudía todos los días a clases en la Facultad de Derecho en Valencia, mi ciudad. Allí conocí a Alfonso, quien enseguida empezó a tirarme los tejos con un descaro pasmoso.
Al año siguiente, ya no pude resistir más sin disimular cuánto me gustaba y comenzamos a salir juntos.

Las cosas marchaban maravillosamente con el devenir de las semanas. Los domingos acudíamos al Luis Casanova a ver jugar al Valencia. Aunque a mí el fútbol no me hacía gracia, al final, de tanto ir con mi novio, ya sabía lo que era un penalty o una falta directa... Y, ahora, el día que no puedo ver un partido, tengo mono de balón. ¡Lo que son las cosas!

Mis padres aprobaban mi relación con Alfonso, del que opinaban que era serio, trabajador, honrado, noble... Todavía recuerdo el día que lo llevé a mi casa para presentárselo a mi familia; se quedó alucinado con mi residencia y mi parentela.
Mi hogar estaba (y está) situado en una de las más señoriales zonas de mi adorada Valencia. Posee un magnífico jardín rodeado de pinos, que en verano dan una estupenda sombra. La mansión consta de dos plantas muy bien decoradas por mi madre.

Mis dos hermanos pequeños son geniales.
Jaime es un bromista nato, pero tiene un corazón que no le cabe en el pecho. Su pelo es de color castaño, sus ojos, marrones, y sus labios, rosados.
Adela es la más pequeña de los tres, y también la más tímida. Físicamente es idéntica a mí.

La vida era para mí un camino de rosas. No pasaba estrecheces de ningún tipo, mi familia era feliz, estudiaba y aprobaba, amaba con locura a Alfonso...
A veces tenía que pellizcarme para comprobar que vivía en la realidad, y no en uno de los fascinantes cuentos de Walt Disney.

2.

Año y medio después de comenzar mi relación con Alfonso, él me comunicó que una semana después asistiríamos a la boda de un primo suyo en Salamanca. Accedí encantada; por fin visitaríamos esa maravillosa ciudad de la que tantas excelencias oía hablar.

Cuando vi la Plaza Mayor, me quedé boquiabierta, impresionada por su majestuosidad. A pesar del intenso frío estuvimos una hora admirando su belleza señorial.

En el banquete nupcial, empezaron los problemas. Alfonso bebía más champán del que su cuerpo podía asimilar, y estaba más “contentito” de lo habitual. Por eso lo amenacé.
-Conduciré yo al regreso...
-¡Una castaña!-me respondió, enfadado.
-¡Te digo que conduciré yo!-le repliqué, muy asustada.
-¡Vete a la porra!-dijo, marchándose con sus primos.
Terminó la celebración, y se montó al volante de nuestro coche. No tuve más remedio que encomendarme a Jesús. Les juro que nunca antes le había visto tan excitado... Yo no lograba apartar la mirada del cuentakilómetros, cuya aguja iba señalando una creciente y peligrosa velocidad.
Al final, por desgracia, pasó lo que tenía que pasar. Alfonso invadió el carril contrario, un camión de mercancías que venía, el choque... Sólo recuerdo de aquel instante el impresionante chillido que pegué antes de perder la consciencia.

3.

No lograba saber cuánto tiempo había transcurrido desde el maldito accidente hasta que abrí los ojos y vi que me hallaba en una cama del hospital de Valencia, rodeada por mis padres, mis hermanos y los médicos. Sentí un gran alivio cuando me quitaron las gomas que cubrían mi cara. Mas, con estupor y espanto noté que no podía mover las piernas. Horrorizada, se lo dije a los médicos...
-¿Qué me pasa? ¿Por qué no siento las piernas?
-Isabel, tienes que ser fuerte-me dijo uno de los doctores-sufriste un brutal impacto en la columna, pero, por ventura, sólo te ha afectado en las piernas. Por lo demás, estás muy bien...
-¡Noooooooo!-rompí a llorar, desesperada-¿Pretende decirme que nunca volveré a caminar?
-Sí-me respondió, apesadumbrado, el médico-lo siento.
-¿Y mi novio?-pregunté de repente.
El silencio se apoderó de todos; nadie quería responderme, pese a mis reiteradas preguntas. Me asusté. Me alarmé por la suerte que podía haber corrido Alfonso. Grité, exigiendo que me contasen dónde estaba mi chico. Al final, mi madre no soportó más la tensión y me reveló la verdad:
-Hija... Alfonso... Murió...-me confesó entre lágrimas.
Tres días enteros, con sus correspondientes noches, me tiré sollozando sin parar. No sé qué me arrancaba más lagrimones, la muerte de mi novio, mi invalidez o la certeza de que si él no hubiese bebido muy probablemente no habríamos terminado así.

4.

Desde que tuve el accidente hasta que abandoné el hospital transcurrieron 3 largos meses. En ese período, estuve recibiendo atención por parte de una fisioterapeuta muy simpática y de un psicólogo que trató de ayudarme (sin lograrlo) a superar el durísimo golpe que para mí supuso ver truncadas mi vida, mis ilusiones y mis aspiraciones por culpa de un miserable borracho. Ya sé que no se debe criticar a una persona muerta, pero es que si él hubiera moderado su consumo de alcohol, o si me hubiese dejado conducir a mí, nada de esto habría pasado. A pesar de todo (curiosa paradoja, ¿verdad?), en mi corazón continuaba encendida la mecha del amor.
Dos años en el Hospital de Parapléjicos de Toledo me enseñaron a afrontar mi nueva situación, y me hicieron comprender que “era una privilegiada”, dada la cantidad de casos graves que tuve la ocasión de conocer. Hasta que no truena, nadie nos acordamos de Santa Bárbara. Hasta que no estás en un sitio, no sabes realmente lo que hay.

Al regresar a mi casa, me encontré con agradables sorpresas: Mis padres habían acometido unas reformas estupendas para que yo me pudiera desenvolver por el hogar sin ayuda de nadie; las puertas eran más anchas, mi dormitorio se situó en la planta baja (junto al que, decían, sería mi futuro despacho) y en las escalinatas de entrada ordenaron construir una rampa de acceso.

A pesar de tantas atenciones, tanto cariño y tanta comprensión por parte de mi familia, yo estaba muy triste. Ver destrozada mi vida a punto de cumplir 23 años era algo que difícilmente superaría.
Me volqué en los libros. Comencé a leer la obra maestra de la Literatura universal, Don Quijote de la Mancha, que, hasta entonces, se me había resistido. Sumergirme en el sorprendente y fantástico mundo de Alonso Quijana, Sancho Panza, Marcela y Grisóntromo, Anselmo y Camila y Lotario, Maritormes, Luscinda, Cardenio, Fernando y Dorotea..., etc, era lo único que me hacía olvidar por un rato mi desgracia.

A comienzos de ese verano, ya estaba más serena. Convencida de que no merecía la pena quedarse en casa encerrada llorando y compadeciéndome por mi desgracia. Llegué a la conclusión de que tenía que poner al mal tiempo buena cara y seguir viviendo. ¿Qué nada sería como antes? Ya lo sabía. Pero hay que plantar cara a las circunstancias adversas y seguir para adelante; el sendero de la existencia no está lleno de rosas para nadie, sino repleto de baches que debemos ir superando con paciencia y decisión. No me pregunten cómo llegué a esta resolución. No lo sé. Tal vez los personajes de la inmortal obra maestra de Cervantes tuvieran algo que ver. Muy probablemente, sí. Y les estoy muy agradecida por ello.
También a comienzos de ese verano, mis hermanos me dieron una idea sorprendente:
-Isabel-me dijo Adela-¿vas a volver a la Universidad?
-Sí-fue mi respuesta-lo he estado pensando mucho, y sí. Tengo que seguir adelante, tengo que rehacer mi vida; así que el próximo curso retomaré mis estudios.
-¡Estupendo! La Sociedad necesita gente como tú, que defienda las Leyes democráticas-me animó Jaime-mientras tanto, ¿por qué no llamamos a un profesor de inglés para que mejore tu pronunciación?
-¡Estás loco!-la idea de mis hermanos era bienintencionada, pero a mí se me antojaba absurda-¿para qué quiero yo mejorar la pronunciación de inglés?
-Para cuando seas una abogada de prestigio internacional-nunca supe si Adela se estaba riendo a mi costa o si hablaba en serio cuando se soltó esta frasecita-y, mientras esperas que llegue ese momento, te servirá para distraerte este verano-ahora sí que sabía que mi hermana no se estaba cachondeando.
-Está bien-un extraño impulso me empujó a aceptar la sugerencia de Jaime y Adela-ocuparos de eso.

Al día siguiente, me quedé estupefacta cuando apareció en el salón de mi casa Óscar, el profesor de inglés que buscaron mis hermanos.
Su pelo moreno, sus ojos marrones, su cuerpo atlético, su simpatía y su educación enseguida se me clavaron en el alma. No es un ataque de romanticismo, es la verdad.

Durante todo el verano, Óscar y yo dimos clases de inglés, pero nació la amistad, y pasábamos más tiempo hablando que estudiando. Mis padres descubrieron el engaño, mas, como este chico me devolvió la sonrisa, no objetaron nada.

A finales de septiembre, cuando llegó el momento de la despedida, yo me sentía triste, muy triste; iba a perder el contacto con la única persona que me había arrancado una carcajada desde mi maldito accidente...
Jamás olvidaré la conversación que tuvimos en aquel instante...
-¿Qué te pasa, Isabel?-me preguntó.
-Estoy triste, ¿sabes? Pensé que nunca más tendría amigos...
-¡Deja de decir burradas!-se enfadó él-¿por qué no ibas a tenerlos?
-Por mi pro...
-Isabel, aunque no te lo creas,-me interrumpió-soy tu amigo porque me encanta tu personalidad, y para nada me importa tu dificultad... Sólo he tenido una novia, muy explosiva, pero rematadamente egoísta y fría. Los tres años que salí con ella me sirvieron para darme cuenta de que, si te fijas en una tía sólo porque es un bombón, vas listo. Vale más la simpatía, la educación, la cultura, la amabilidad, la inteligencia y la bondad de una mujer, que el que tenga o no dos buenas tetas y un buen culo...
-¡Ja, ja, ja!
-Si, si, ríete, pero es cierto...
-¿Entonces seguiremos siendo amigos?
-¿Lo dudas?
-Ahora, no...

Efectivamente, Óscar cumplió su palabra y no perdimos la amistad. Durante los tres meses posteriores, vino a verme todos los fines de semana; yo había regresado felizmente a la Facultad, y colaboraba en la revista de la Universidad. Cuando no tenía que estudiar, salíamos a pasear y charlar. Y, cuando tenía que hacerlo, nos quedábamos en mi casa y él me ayudaba a preparar los exámenes.
Justo el día del solsticio de invierno, el 22 de diciembre, me dieron las notas en la Facultad. Comprobé, entusiasmada, que no había suspendido nada, y le propuse a Óscar cuando vino a verme esa misma noche salir a celebrarlo. Él aceptó encantado. Quedamos para el día siguiente...


5.

La víspera de Nochebuena, estaba hecha un manojo de nervios. Después de comer, supliqué a mi madre y a mi hermana que me ayudasen a prepararme para mi cita con Óscar. Me bañaron y vistieron entre sonrisas maliciosas. Temiendo que se olieran el motivo de mi agitación, me enfadé, e inquirí:-¿De qué os reís?
-Ese chico te gusta, ¿verdad?-me espetó Adela.
Justo la pregunta que más temía. No sé por qué me empeñaba en negar que Óscar me gustaba más que los cacahuetes a los elefantes...
-¡Es mi mejor amigo!-le grité, con la esperanza de que se conformase.
-Isabel, no te alteres...-dijo mi madre, sonriéndonos con picardía-tal vez tu hermana tenga razón...
-Tal vez-respondí, mirándolas con complicidad y admitiendo, con mi silencio, que estaban en lo cierto.

Cuando Óscar vino a recogerme, se quedó boquiabierto. Por primera vez desde el accidente, había consentido ponerme unas medias de lycra negras, una minifalda de lana del mismo tono y un suéter de canalé blanco con escote de pico. Además, mi madre logró hacerme una preciosa trenza y Adela me maquilló y perfumó al último grito.
Tras despedirnos de mis padres y de mi hermana, Óscar me sacó al jardín, me tomó en brazos y me introdujo en su coche. Me propuso ir al cine y luego a cenar. Acepté encantada.

Mientras íbamos paseando por las calles de Valencia, admirábamos el colorido y la alegría de las luces navideñas. Aquel 23 de diciembre permanecerá para siempre en mi memoria y en mi corazón, porque, al llegar al cine y estar un rato mareando la perdiz, Óscar me dijo que estaba colgado por mí. ¿Saben cómo? Con un poema de Bécquer. Y nuestro primer beso fue cien mil veces mejor que el que se dieron al final los protagonistas de la película que fuimos a ver –pero que no vimos-.

Cuando subimos al coche, nos miramos y supimos –sin mediar palabras- que los dos estábamos deseando lo mismo. Óscar enfiló el camino de un paraje rural muy tranquilo y discreto. Allí hicimos el amor bajo la luz de la luna, como dice la canción; mas, yo no escapé después... Perdonen el chiste fácil que voy a hacer, pero no podía salir corriendo... Y, evidentemente, no tenía ninguna intención de ello...
Al dejarme, horas después, en mi casa, Óscar me prometió que al día siguiente pasaría conmigo la Nochebuena. Era tan feliz que no quería bajar de las nubes.
Mientras me desnudaban, mi madre y mi hermana intentaban sonsacarme algo... Cuando al final no pude aguantar más y les dije que Óscar y yo habíamos llevado lo nuestro más allá de la amistad, se alegraron mucho.

Sin embargo, una vez acostada, empecé a darle vueltas a la cabeza. Un chico de 29 años, tan guapo, inteligente y divertido, no podía pasarse el resto de su vida atado a una chica a la que tendría que hacérselo todo y con la que sólo podría ir a determinados sitios. Él tenía que encontrar una mujer que estuviera bien físicamente y que le diera lo que yo no podría darle. Por eso decidí no verlo más, aunque se me destrozara el alma.


6.

Al día siguiente, recibí un precioso ramo de rosas de parte de Óscar. Les voy a relatar lo que ponía la tarjeta. La tengo clavada en un punto bien visible de mi despacho... Bueno, lo prometido es deuda... Decía:

Estas rosas rojas son el símbolo de la pasión.
Te las hago llegar para que sepas que eres mi amor y mi vida.
Como dijo Bécquer, ”para mí, poesía eres tú”.

Te quiero Isabel.

ÓSCAR.

Aquel detalle de Óscar me llegó a lo más hondo, pero, paradójicamente, no me hizo variar ni un ápice mis planes de darle la libertad. Al principio, pensaba, lo pasaría mal. Y luego –en cuanto una chica que estuviese físicamente bien fuese lo bastante lista como para ligárselo- me olvidaría. Yo no era quien para cortarle las alas de la libertad. Sólo con reflexionar sobre la idea de no volver a saber nada de él, las lágrimas afloraban a mis ojos como las corrientes de agua en las cataratas; tan hondo había calado en mi corazón. Gracias a él recuperé las ganas de vivir y de luchar, pero me parecía una soberana injusticia permitir que perdiera los mejores años de su vida a mi lado. En mi horizonte había una duda: ¿Me perdonaría Óscar alguna vez por esto? En mi fuero interno estaba segura de que no.

Después de comer, Óscar apareció por mi casa radiante de alegría y me besó apasionadamente. Mas, la expresión de su rostro varió en cuanto se percató de mi seriedad.
-Isabel, ¿te pasa algo?-su repentino malestar no hizo sino dificultar mi decisión.
-Si...
-¿Qué..?
-Quiero que me dejes en paz-lo interrumpí-no quiero seguir contigo. No quiero volver a verte...-Acababa de decírselo, y ya estaba henchida de amargo dolor. Pero me obligué a no dar marcha atrás.
Él se dejó caer en el sofá, estupefacto. Me imploró, suplicó y exigió que le diera una explicación convincente. Iba a reiterarme su amor, a pedirme que en un futuro nos casáramos, no me dejó tirada después de haber echado el polvo en el bosque la noche anterior... Y ahora yo le salía con ésas; la verdad es que no lo entendía.
-Sigo amando a Alfonso-ése fue el primer disparate que se me ocurrió.
-¡Tú estás loca, Isabel!-Óscar me gritó, preso de la rabia y la pena-¿Cómo vas a seguir amando a un muerto? ¿Por qué lo hiciste conmigo anoche?
-¡Vete!-estallé en un llanto histérico y bajé la cabeza para no verlo. No soportaba ya la opresión que el dolor estaba ejerciendo en mi pecho-¡Vete!
-Está bien-Óscar se levantó para marcharse, pero antes me cogió la barbilla con su mano derecha y me obligó a mirarlo-quiero que sepas algo, Isabel: Siempre te voy a amar; y, ya te puedes casar con el Rey o con un espectro, que mi corazón siempre será tuyo. Siempre.
Cuando se marchó, mi llanto se recrudeció. Sin embargo, me obligué a serenarme un poco pensando en que había hecho lo mejor para él.

Aquellas Navidades fueron las más tristes de mi vida. La ruptura con Óscar me volvió a transformar en la chica huraña y fría que era antes de conocerlo.
Cuando estaba con mi PC redactando los artículos que publicaba en la revista universitaria o estudiaba, apenas sí podía pensar en algo, pero era acostarme o levantarme y estallaba en un lloriqueo atormentado.
Me sentía hundida, abatida, desdichada, nostálgica, infeliz... A ustedes les parecerán muchos adjetivos para describir un mismo estado de ánimo, pero no encuentro otra manera de expresarlo.
Mis padres y mis hermanos se daban cuenta de la situación en la que estaba, pero nada podían hacer. Me cerraba en banda como un mejillón. Ni siquiera Adela logró sonsacarme el por qué de mi súbita y sorprendente ruptura con Óscar.

Así fueron pasando los días y las semanas. Entre mis estudios, mis artículos, mis lágrimas... Óscar seguía estando presente en mí, continuaba locamente enamorada de él. Pero no dejaba de pensar que había actuado correctamente dándole la libertad.
Sin embargo, a finales de enero, mis esquemas se resquebrajaron por completo. Tras dos semanas de retraso en mi menstruación, empecé a sospechar que estaba embarazada de Óscar... Aquello me llenó de alegría y de inquietud; por un lado, estaba super feliz por la idea de tener un bebé del chico que más había querido, de llevar dentro de mí un pedacito de Óscar. Y, por otro, me asustaba la idea de enfrentarme sola a la complejidad y la dificultad que acarrearían un embarazo en mis circunstancias.
Decidí armarme de valor y enfrentarme al asunto. Tenía muy claro que quería tener al hijo de Óscar; me daba lo mismo los riesgos que tuviese que asumir para traerlo al mundo, me importaba un cuerno dejar de estudiar para criarlo y trabajar y me resbalaba lo que de mí pudiesen opinar los demás. Sólo me importaba tener a mi bebé, al hijo de Óscar.
Lo llamé a su casa, temblando de expectación y de congoja. Y me desmoroné por completo cuando me dijeron que ya no vivía allí, que había dejado órdenes de que no le pasaran ningún mensaje mío y que no quería saber nada de mí nunca más. Le dije a la persona que me atendió que, por lo que más quisiera, le dijera a Óscar que se pusiera en contacto conmigo, que se trataba de algo muy urgente, y que, de lo contrario, no lo molestaría; le dejé mi dirección y mi teléfono, por si me quería localizar, y colgué. Saber que había reaccionado de esa manera tras romper con él me dejó aún más hecha polvo, pero aún seguía creyendo que hice lo mejor para él.


7.

Sigo con el relato. Me armé de valentía y se lo conté todo a mi madre y a Adela. Aparte de quedarse ambas estupefactas y de meterme un buen paquete por mi conducta para con Óscar, mi progenitora se alegró de que hubiese decidido tener a mi bebé; me dijo que debía ser consciente de que traer un niño al mundo no era sólo eso. Que hay que batallar y sufrir mucho con ellos, educarlos, regañarlos y mimarlos a partes iguales. Me emocioné sobremanera cuando mi madre y mi hermana me dijeron que –pasara lo que pasara con Óscar- siempre iba a poder contar con su ayuda y con su comprensión.

Me llevaron al ginecólogo, y mi alegría fue tremenda cuando me confirmó que sería mamá coincidiendo con la entrada del otoño.
Asimismo, me advirtió que mi vida y la de mi hijo correrían serio peligro si no seguía a rajatabla sus consejos. Lo tranquilicé; haría estrictamente lo que él me dijera. Tal vez pasara mucho tiempo bajo control médico en el hospital, pero mi bebé sería la mejor recompensa a tanto sacrificio.
Tenía la certeza de que Jesús me mandaba este bebé para que encontrara un motivo por el que seguir adelante, y veía que mi hijo era la prueba más palpable de que había habido algo más que amistad y sexo entre su padre y yo.

Cuando volvimos a mi casa y se lo contamos todo a mi padre y a mi hermano, la fiesta que se armó fue tremenda.
Ahora, eso sí, de la bronca de mi familia no me libré. Estaban todos de acuerdo en que no tenía que haber actuado de esa manera con Óscar, y entendían perfectamente que hubiese desaparecido dejando órdenes de que no le pasaran ningún mensaje mío. Ahora debía atenerme a las consecuencias, tener a su hijo sin que pudiera decírselo a él, criarlo sin que él supiera de su existencia.
Mis padres y mis hermanos llamaron en los días y semanas posteriores a casa de Óscar, y obtuvieron la misma respuesta que yo. De modo que nuestros temores se confirmaron; debía atenerme a las consecuencias de mi conducta y afrontar en solitario la aventura de la maternidad. A pesar de que me dolía en el alma admitirlo, era consciente de que estaba recogiendo las tempestades de los vientos que había sembrado.

Fueron transcurriendo los días, las semanas y los meses. Me sentía entusiasmada, y, paradójicamente, triste.
Cada momento del embarazo era importante para mí. Constantemente tenía las manos en el vientre, y, cuando mi bebé se movía, una gran sonrisa afloraba en mi rostro. Incluso en clase me llamaron la atención un par de veces por interrumpir un examen al exclamar de gozo tras una patada de mi hijo, pero a mí no me importaba.
A la vez, me hallaba melancólica y abatida. En mi horizonte, cada vez era más importante y grave la duda que me robaba el alma: ¿Actué correctamente al anteponer el cerebro al corazón? ¿Hice bien al mentir a Óscar? ¿Seguiría queriéndome? Demasiadas preguntas que nunca tendrían respuesta. Decía yo.

Cuando entré en el quinto mes de gestación, supe que el bebé que esperaba era una niña. Entusiasmada, empecé a comprarle toda la ropìta en blanco y rosa, la cuna, la bañera, el cochecito, la maquita, el escuchabebés, unos cuantos chupetes...
El nombre que elegí para ella le gustaba también mucho a su padre: Noelia, como la bellísima canción del tristemente desaparecido cantante valenciano Nino Bravo.


8.

A mediados de septiembre, me ingresaron en el hospital para prepararme para la cesárea que me iban a practicar. Estaba asustada. Ahora empezaba a darme cuenta de que todas las madres se merecen, nos merecemos, mejor dicho, un monumento por nuestra capacidad de crear nuevas vidas en nuestro seno y por nuestra enorme capacidad de aguante y sacrificio. No deberíamos portarnos tan mal con ellas, y, aunque a veces nos parezcan un poco plastas, sólo buscan lo mejor para nosotros (a no ser que sean víboras, pero eso ya es harina de otro costal). Cualquier persona te puede traicionar, pero una madre jamás lo haría.

Al día siguiente, cuando desperté de la cesárea, me emocioné muchísimo al ver a mi hija Noelia. Me resulta imposible relatarles el cúmulo de maravillosas sensaciones que me embargaron cuando la tuve por primera vez entre mis brazos... Era un rayo de luz. Una estrella caída del cielo. Tenía la cara, la constitución física de su padre y su carácter; era dulce, muy tranquila y muy tragona. Y muy guapa. Óscar hizo una buena faena, la verdad sea dicha.
El recuerdo de Óscar se acrecentó en mí con el nacimiento de Noelia. Pese a que era consciente de que debía atenerme a las consecuencias de mi conducta para con él, no podía dejar de pensar que tenía una hija y que no lo sabía.

A partir de entonces, mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Por las mañanas iba a la facultad, y por las tardes y noches atendía a mi hija y estudiaba. Cada instante que transcurría, la duda que nublaba mi horizonte se hacía más enorme; me invadía el arrepentimiento por la tontería (cada vez me daba más cuenta de ello) que había cometido.
Me dediqué a buscar a mi amor por todo Valencia. Ya sabía que no deseaba saber nada de mí, ya sabía las órdenes que dejó en su casa, pero creía que si se lo contaba a sus padres, tal vez ellos... Me equivoqué; no me dejaron pasar de la puerta, no me dejaron decir nada, y me echaron de allí de mala manera recordándome el deseo de Óscar. Ustedes se dirán: Lo tiene merecido. Efectivamente, al pensar en ello, me desesperé.
Al contárselo a Adela, ésta me dijo:
-Lo siento, Isabel. Quien siembra vientos, recoge tempestades.

Así transcurrieron los seis meses siguientes; entre biberones, pañales, libros, exámenes, artículos...
Me acostumbré a la dolorosa impresión de que no volvería a saber nada del amor de mi vida. Y una nueva duda invadía mi horizonte: ¿Qué le diría a Noelia cuando fuese mayorcita y me preguntase por su padre? ¿Entendería mis razones para actuar así para con él? Difícil respuesta.

Un sábado de mediados de abril, recibí una visita sorprendente... ¡¡Los padres de Óscar!!
Las pobres personas me dijeron que no habían podido dormir tranquilos desde que me echaron de su casa, y me pidieron perdón... Yo les hablé con mucha alegría, y vi la oportunidad de saber dónde estaba Óscar. La conversación que mantuvimos nunca la olvidaría.
-Mi hijo no sabe que estamos aquí-me dijo la madre-pero no podíamos descansar hasta pedirte disculpas y saber qué pasó.
-¿Cómo está?-aunque sabía de sobras que muy mal, por su reacción posterior, me moría de ganas por escuchar algo de él.
-¿Por qué lo despreciaste?-su padre me habló con mucha educación.
Resignada a no saber nada de Óscar hasta que no contara lo que pasó, les narré a sus padres todo lo que ocurrió; ¡qué alivio!, expulsé toda la pena que saturaba mi desdichado corazón. No omití nada. Cuando terminé, vi que estaban sorprendidos y maravillados por conocer la existencia de Noelia. Aún así, no me libré de su sonora regañina. Yo lo entendía.
-¿Cómo está Óscar?-no me importaba más que eso.
-Hundido,-me dijo su madre-durante este año y medio ha estado trabajando en Alicante. Ahora quiere montar una academia allí, y estamos intentando convencerlo de que la ponga aquí... ¿Y sabes qué dice? Que aquí no puede estar porque le duelen los recuerdos de lo que gozó contigo... Sabía que no le estabas diciendo la verdad, pero dice que nunca podrá perdonarte que le mintieras, que te apartaras de su lado para no atarlo sin pedirle su opinión...
-¡Lo amooooooo!-estallé en un llanto histérico-¿dónde está? ¡Quiero verlo! ¡Tiene que saber que existe Noelia!
-Está bien-su padre me palmeó los hombros para serenarme, poniéndome a continuación un papel en la mano izquierda-toma su dirección...
-Y no vuelvas a cometer un disparate con él-añadió su madre-que el pobrecito está loco por ti...
Acto seguido, fueron a conocer a Noelia en compañía de mi madre, que asistía atónita al diálogo. Yo me dirigí al teléfono a llamar a mi padre y a mis hermanos, a ver quien me podía llevar a Alicante enseguida.

Al final, la china le tocó a Jaime. Esa misma tarde, me llevó a Alicante. Cuando mi hermano me sacó del ascensor y tocó el timbre del apartamento de Óscar, el corazón me latía a la velocidad de la luz. Estaba como un flan, pues ignoraba cuál podía ser su reacción.
Cuando lo vi... Todas las dudas de mi horizonte desaparecieron como por arte de magia. Óscar se arrodilló ante mí, me abrazó con alegría desbordante, me besó con pasión y con ahínco... Tan felices estábamos, que no vimos marcharse a mi hermano con la música a otra parte.


9.

No les cuento la cara de pasmo que se le quedó a mi amado profesor cuando, sentados en su sofá, le dije que en aquella primera noche de pasión me dejó embarazada, y que, ocho meses y medio después, nació Noelia. Me confesó que ahora sí entendía por qué lo buscaba con tanta vehemencia. Tras pedirnos perdón mutuamente, decidimos recuperar el tiempo perdido...
Al día siguiente, volvimos a Valencia, y Óscar y su hija -¡al fin!- se conocieron. Si tuviera que describirles la alegría que nos embargaba, no tendría palabras para ello. Sé que estarán pensando Isabel no se merece el cariño y la pasión de su profesor. Les doy la razón, pero dicen que la fuerza del amor mueve montañas. Y yo lo comprobé con la dura prueba que tuve que soportar.

4 meses más tarde, nos casamos y bautizamos a nuestra niña.
Desde entonces hasta ahora han transcurrido 5 años. Óscar trabaja muchísimo en su academia, yo tengo un montón de clientes a los que defender en los tribunales, he publicado ya dos libros con esta editorial del primo de mi marido y vivimos en un chalet precioso muy cerca del de mis padres. Para colmo de dicha, en las próximas Navidades, Noelia tendrá un hermanito; se llamará Jaime, como su tío.

Me gustaría que mi historia sirviese de ejemplo a otras personas. Ser víctima de un accidente de tráfico, de un atentado, de un paralís..., etc, no es demasiado agradable, pero, si ocurre, hay que saber llevarlo con entereza y dignidad. Y, sobre todo, jamás se deben cerrar las puertas del amor y la pasión; si una persona está –y quiere seguir estando- contigo en circunstancias tan adversas, no la eches de tu lado. Te quiere a ti, estés como estés. Ésa es una de las cosas más importantes que he aprendido de mi relación con Óscar.
Espero que estas líneas sirvan de estímulo y consuelo a las personas que (como yo) tienen algún problema físico. ¡Ánimo! Nadie puede dejarse caer en mitad del camino. Hay que descararse. La vida no es un sendero de rosas para nadie. Por mucho que te ayuden, eres tú quien se debe superar.
No te preocupes; si no puedes hoy, podrás mañana. Pero podrás. Estudia, escribe, lee, dibuja, pinta, haz deporte y amigos... Mas, no te encierres en tu casa y en ti. Eso es lo peor que se puede hacer.

Comentarios

Pablo ha dicho que…
Muy buenas:

Ey, el relato no es una mierda, ni mucho menos. Cosas peores he visto publicadas por ahí... Lo que pasa es que no es tan bueno como las cosas que escribes ahora. ¡Pero de que es malo, nada de nada!

Aunque los personajes resultan un poco planos, el argumento tiene un par de giros que me han sorprendido y es, en general, bastante complejo como para ser interesante. ¿Qué puedo decir? A mi me ha gustado.

Un saludo.

Pablo.
Anónimo ha dicho que…
En la actualidad Óscar trabaja de antenista en Cableworld.
Isabel vive feliz con sus dos hijos /uno de cada padre, ninguno de ningún antenista/ y trabaja en un I Tourist Info.
Adela es alcaldesa, creo.¿O es otra?
La mamá de Isabel falleció ya ella muy mayor, pobrecita mía.

............
No seas cruel Puri contigo, ya lo hemos hablado en alguna ocasión, si yo tuviera el valor de leer las cosas que escribí hace quince años sentiría como poco vergüenza ajena. Algunas, de hecho las he llegado a destruir.
Sobre estas "mierdas" - buen abono - nacieron las flores que crecen más allá de las sombras.

Un abrazón...zón.
(perdona el retraso.. la cervecita en Sol y Nieve, ya sabes)
Anónimo ha dicho que…
Hola Puri,
¡A mí me ha gustado mucho!
Acostumbrada a otras historias tuyas más tormentosas temía un final triste. ¡A mí me encantan los finales felices!
Te expresabas muy bien ya entonces. Y la historia es bonita con un precioso final.
Un beso!!
PD. Gracias por tu comentario en mi blog! :)
Puri ha dicho que…
¡¡¡GRACIAS, Pablo!!!

Oye, de verdad que no esperaba que te gustase el relato... Es de lo primero que hice y la inmadurez e inexperiencia se me notan mucho en el texto. Aún así, creo que supe darle seriedad a la historia.

¡Esta noche me paso por tu blog!

SALUDOS,
Puri ha dicho que…
Jajajajajajajajjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj, proooooooooooooooooofeeeeeeeeeee, ¡¡muy bueno lo del antenista, los críos, la Adela -no, no es la Alcaldesa, jejejjjjjjj- y la madre!! Uffffff, menuda familia, jajajajaja.

Profe, si ya sé que tienes razón y que hablamos de ello a menudo, que "sobre estas mierdas crecen lss flores más allá de las sombras" -qué defininción más preciosa-, pero no puedo dejar de avergonzarme de estos primeros textos.

BEEEEEEEEEEEEESOOOOOOOOOOOOOOOOOS,
Puri ha dicho que…
¡¡¡GRACIAS A TI, Saporima!!!

Jajajaja, no lo puedo evitar, ¡me encantan las historias tormentosas...! Pero de vez en cuando, por deferencia a vosotros mis queridos lectores, meto algún desenlace bonito.

MIIIIIILLLLLLLL BESAZOSSSSSSSSSSSS,
buggy ha dicho que…
Hola Puri,

me sigue llamando la atención el lenguaje demasiado coloquial de los textos ("un montón", "la china le tocó a Jaime", por ejemplo) y expresiones que la gente raramente usa (decir "vete a la porra" hablando en serio o referirse a su novia anterior como "explosiva").

¿POr qué disimulaba que le gustaba Alfonso? ¿Por joder? ¡Mujeres!

Dic y Bug
Puri ha dicho que…
¡¡¡Éste es mi crítico, Dicybug!!! Intentaré corregir lo del lenguaje coloquial, pero es que "me gusta que se me entienda tó"...

Jajajajjjjjjjjjjjjj, ¡es que a los tíos no se os puede poner todo en bandeja de plata, que si no, no apreciáis lo que tenéis al lado! Por eso disimulaba Isabel con Alfonso, jajaja.

UN ABRAZO,
Anónimo ha dicho que…
¡Dicybug! La súltimas jotas d ela risa de Puri son auténticas..jajajjjjj

Se ríe así:

ja-ja (explosión en dos tiempos)jjjjjjjj (secuencia de jotas) ....... (silencio con boca abierta)

Reinicio y bordón..
¡Qué fiera!
Puri ha dicho que…
¡¡Dicybug, creéte lo que dice Ariovisto, que es verdad!!

Jajajjjjjjjjjjjjj, mi risa es explosiva.

UN ABRAZO,
Anónimo ha dicho que…
PUUUURIIIIIIIIIIII!!

¡¡ÁBREME LA PUERTA, VILMAAAAA!!

¡Muchacha! ¡¡Que te están robando los geraniooooos!!
Anónimo ha dicho que…
Hola Puri,
No te preocupes! Te estaré esperando cuando puedas pasarte! :)
Un beso!

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