ROCÍO CARRASCO
La emisión del documental “Rocío, contar la verdad para seguir viva” ha revolucionado España, y no es para menos. El durísimo relato de la historia de la hija de uno de los grandes deportistas de este país y una de las más grandes cantantes ha conmocionado y revuelto al mundo de la farándula, del periodismo, de la política y de la ciudadanía en general… Y ha hecho despertar a los que durante años han participado de un circo mediático que sólo se ha creído la versión de una parte, que se ha aplicado a cuestionar a una mujer que (según cuenta) ha pasado por un infierno de violencia de género, de impotencia, de rabia, de miedo, de tristeza y de ansiedad. Sí; a Rocío se la ha dicho de todo menos bonita; a Rocío se le ha dado de bofetadas hasta en el carnet de identidad; a Rocío se le ha juzgado durante años; a Rocío se la ha ninguneado con una contundencia escalofriante.
Oír a Rocío Carrasco relatar el episodio de la agresión que sufrió a manos de su hija el 27 de julio de 2012 provoca escalofríos. Una paliza brutal, una conmoción cerebral y una llamada de la entonces menor a su padre son motivos más que suficientes para que no se sienta preparada para cogerle el teléfono, aunque como dijo, no pierde la esperanza de retomar su relación. ¿Cuánto habrá (presuntamente) sufrido esta mujer para llegar a ese extremo? ¿Cuántos habrá padecido para reconocer que su hija es víctima y no verdugo? ¿Cuánto habrá sufrido para romperse cuando recuerda que su niña moría por ella en sus primeros años de vida? ¿Cuánto habrá sufrido esta mujer en 25 años de silenciosa amargura? ¿Cuánto habrá llorado ante las barbaridades de las que (presuntamente) fue y es víctima? Pone los pelos como escarpias. Pero Rocío Carrasco, más allá de cualquier otra consideración, es una víctima que ha echado las alas al viento y ha hecho gala de una valentía inconmensurable contándolo para explicarse, para resarcirse al menos un poco… Y para hacer que se disparen las llamadas al 016, lo cual debe reconfortarle.
No obstante, visto lo visto en el programa del miércoles, el objetivo de “aclarar dudas“ sobre la docuserie terminó en el baúl de los recuerdos ante la zafiedad, el griterío, la chabacanería y las continuas barrabasadas verbales de muchos de los colaboradores. Ante un tema de gravedad tremenda, Mediaset no tendría que haber convertido ese plató en un ‘Sálvame Deluxe’; sobraron los colaboradores histriónicos con sus gritos, encontronazos, salidas de tono injustificables y gestos más propios de una televisión bananera que de un grupo de comunicación de un país como el nuestro. Sí; Rocío Carrasco habría estado más cómoda y habría hablado más si hubiese tenido sólo a los presentadores y a los invitados por videoconferencia con ella. Sí; el ambiente no fue el más adecuado para una mujer que lleva más de dos décadas (presuntamente) sumida en un calvario que nadie desearía ni a su peor enemigo. Llamen utópica a la que firma esta columna, pero la televisión tiene que estar al servicio de las personas y no al revés.
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