TE CUENTO POR QUÉ TE MATÉ

RELATO CORTO.

La verdad es que no sé con exactitud por qué estoy haciendo esto. De repente, en mitad de esta mañana caliente como el traje de un esquimal, mientras doy pequeños y placenteros sorbos a mi café amargo, fuerte y delicioso, y mientras desde la ventana de mi despacho contemplo a la gente que transita por las calles atestadas de vehículos, contaminación y peligros con la misma ansiedad y desesperación que una colonia de cebras a la vista de un león hambriento, como si huyeran de algo o de alguien o como si simplemente quisieran dejar atrás sus miserables vidas… Mientras todo esto sucede a mi alrededor, a mí no se me ocurre otra que contarte por qué te maté. Sí. Sé que, de haber tenido la posibilidad de oírme, este impulso mío te pudiera parecer macabro, quizá morboso, o tal vez lo vieses como la quintaesencia de la egolatría y la presunción por mi parte… Pero necesito contártelo. Necesito hacerlo. Necesito contarte por qué te maté.
Pero empecemos por el principio. Empecemos por el hombre que causó todo esto. Me detesto y me doy asco, me aborrezco y siento vergüenza de mí misma por no tener un par de ovarios y atajar ya y de una vez por todas este huracán de sentimientos que aún me descontrola, me descoloca y me desconcierta, me corta la respiración y hace que me sienta humillada, por estúpida y vulnerable. Porque, sí, lo admito. Sigo enamorada de ese hijo de puta. De ese canalla, De ese cabrón. Lo sigo amando, y, muy a mi pesar, sé que lo amaré hasta que me muera. Me gustaría tanto, tanto, tanto, volver a tirarme horas y horas acurrucada en la cama junto a él, hablando de esto y de aquello y de lo de más allá, sintiendo sus manos en mi cintura, el tacto suave y masculino de su piel, sintiéndome atravesada por esa mirada que era suficiente para dejarme a su merced. Me gustaría tanto, tanto, tanto, que nuestras circunstancias hubiesen sido otras… Pero mejor no divago sobre una cosa que, por desgracia, nunca podrá cambiar.
No hay palabras en el idioma español (ni en ninguno), para expresar todo lo que lo quiero. Todo lo que lo amo. Todo lo que lo admiré, con sus pros y sus contras, sus virtudes y sus defectos, sus rarezas y sus manías, sus claridades y sus misterios, sus decisiones y sus indecisiones. Lo quiero con rabiosa intensidad desde el primer instante en que nos vimos, hace ya más de 3 años y medio. Nunca podría olvidar el impacto que me produjo, la corriente de simpatía y complicidad que inmediatamente estableció entre los dos, la facilidad con la que empezamos a tontear…
Al principio, antes de abrasarme con su pasional fuego, hubo veces que pensé si no me estaría montando una película equivocada en mi cerebro, si esto no era más que una amistad simple y llana por su parte y un amor no correspondido por la mía, pero sus miradas, sus gestos y sus palabras (medias palabras, palabras con doble sentido, dichas con una gracia indiscutible), me dieron a entender que me quería… ¡Qué malas pasadas juegan las ilusiones que desata un amor desbocado, un amor ciego, un amor que te corta la respiración y te anula el juicio…! Qué malas pasadas… Inimaginables en una mujer como yo, culta, preparada y fría, de las que usa la cabeza para pensar y no para ser el conejillo de indias de estilistas y peluqueros. Inimaginables en mí, sí… Hasta que conocí a tu padre.
Sabía que era mi jefe. Sabía que estaba casado. Sabía que el Don Juan de Zorrilla se quedaba en pañales a su lado. Sabía que era un político con carisma y con un porvenir más que brillante, de los que no le importa los damnificados que deje por el camino si con ello consigue su objetivo, sea cual sea éste. Lo sabía… Y sin embargo me abrí de boca, corazón y piernas en cuanto él me hizo ¡chas! Lo sabía, y no me importó durante los cuatro meses que fui su amante. No me importó porque lo amaba, y porque él se encargó de hacerme sentir la reina de un mundo rosa, placentero, onírico, perfecto, donde sólo importaba yo. Mi cuerpo. Mi sonrisa. Mis ojos. Según él, claro… Bah. Palabra de político, palabra falaz. Palabras mágicas que se estrellan inexorablemente contra la crudeza incontestable de la realidad. Palabras que suenan a música celestial y que se tornan agrias y envenenadas cuando se rememoran con la perspectiva del tiempo.
El día que supe que venías en camino era el de nuestro cuarto mes juntos. Supe que iba a tener un hijo suyo un día frío, gris y plomizo, como si la meteorología quisiera sumarse por adelantado a mi tristeza, rabia, pena e ira posteriores. Porque cuando supe que venías en camino sentí una explosión de dicha, un ataque de euforia en toda regla: Estaba esperando un hijo del hombre que amaba, y eso era en lo único que podía pensar en los momentos posteriores al anuncio de mi ginecóloga. Ya tendríamos tiempo de analizar los hechos, de buscar soluciones y de plantear el futuro de otra manera… Lo primero era decírselo, y saborear juntos las mieles de la felicidad… De la dicha de tener un hijo juntos.
No obstante, toda la euforia y toda la dicha que sentía se tornó rabia y desamor cuando llegué a su despacho del apartamento donde nos veíamos y abrí la puerta. Ojalá un terremoto hubiese dejado al descubierto las entrañas de la tierra, sepultándome en ellas y volviéndose a cerrar después. Ojalá. Porque cuando lo vi besándole el culo a un muchacho que era amigo de su hermano, me sentí mucho más que desencantada, decepcionada, desilusionada, defraudada y desesperada. Me sentí humillada, engañada, ultrajada, en cierto modo traicionada. ¿Por qué estaba conmigo entonces? ¿Qué pintaba yo en su vida? ¿Lo que hacía era por promiscuidad o por bisexualidad? ¿A quién quería realmente? ¿Éramos sus únicos amantes ese muchacho y yo? ¿Qué sabría su mujer de las variadas aventuras de tu padre?
Entonces fue cuando tomé la decisión. Me desharía de ti. No podía tenerte, porque no podría mirarte sin recordar que eras su hijo, que cada vez que anduvieses, sonrieses, comieses, hablases, o simplemente respirases, iba a recordar que eras su hijo. No podía tenerte, porque me hubieras recordado constantemente cuánto amé a tu padre y cuan feliz fui en sus brazos. No podía tenerte: Te hubiera odiado, despreciado y descuidado por el mero hecho de ser su hijo. A pesar de llevarte en mis entrañas y de ser también mi hijo, no quería tenerte. No podía tenerte. A pesar de que, paradojas, siempre había sido partidaria de la interrupción voluntaria del embarazo sólo en caso de violación, ahora estaba dispuesta a aprovecharme de las facilidades que brinda el primer supuesto de la Ley del Aborto: Para evitar riesgos graves en la salud física o psíquica de la madre. No podía tenerte. Me volvería loca de rabia, rencor y despecho si lo hacía.
Si te digo que cuando salí de la clínica estaba arrepentida de no llevarte ya en mi seno, mentiría como una bellaca… O como un político, nunca mejor dicho. Estaba flotando entre dos aguas: Calma por la coherencia con la que había actuado, y miedo por los gritos de personas que se estaban manifestando ante las puertas de la clínica “en defensa de los niños asesinados”; entiendo que defiendan su postura y que intenten convencer a los Gobiernos para que apuesten por mejores políticas educativas y de prevención, pero, ¿han tratado de entenderme a mí? ¿Han intentado comprender que si actué así fue porque quise, no por falta de recursos o por déficit educativo? ¿Han intentado ponerse en mi piel y entender mi decisión, sus por qués y su dureza? ¿Han intentado respetar la independencia de mi cuerpo y la lucidez de mi mente? ¿Han intentado comprenderme, por mucho que les cueste? No. A ellos hay que respetarlos, oírlos y hacerles caso… Pero a las mujeres como yo, no. A mí, no. Yo soy una criminal. Yo soy una delincuente. Y ellos… Ellos son pluscuamperfectos. Aunque más de uno o una debería mirar en su casa antes de censurar lo que se hace en las demás.
Han pasado dos años. Mi vida está volcada en el trabajo en la Embajada española en este perdido país americano. Dejé atrás mi patria, mi familia y mis amigos. No volveré. No volveré porque no quiero que tornen las lágrimas, los recuerdos, el dolor, la ira, el desengaño y la desesperación. No volveré porque caería otra vez en los brazos de tu padre, de mi talón de Aquiles más despreciable y vergonzoso, de mi infierno más hermoso y de mi tortura más vibrante. No volveré mientras lo siga amando… No volveré nunca.
No he dejado de preguntarme cómo serías si te hubiese permitido nacer, crecer y tener una vida clónica a la de millones de niños. Si serías niño o niña, si serías de tez clara o morena, de pelo rubio o moreno, de ojos claros u oscuros, de carácter noble o envenenado, dulce o rabalero, arisco o amable, cariñoso o estúpido, sincero o falaz. Si la vida te hubiese agasajado o jodido. Si hubieras sido un ángel o un demonio. Si hubieras sido como tu padre o como yo. Si la vida te hubiera llevado por caminos buenos o malos. Si me hubieras dicho mamá o mami. Si, al crecer, las circunstancias te hubieran convertido en un ser bueno y transparente o en un mentiroso que encandila con sus trajes, su gomina, sus artes donjuanescas y su labia irresistible, como tu padre…
Lo siento. No he podido dejar de preguntarme lo mismo en todo este tiempo. No dejo de pensarlo: Qué sería de nosotros hoy si te hubiese dado a luz. Dónde estaríamos y qué seríamos. Lo mismo tú que yo. Cuál hubiera sido nuestro presente y cuál nuestro futuro. Cuál sería nuestra relación y cuál nuestra complicidad.
Preguntas que nunca tendrán respuesta, lo sé. Asumo lo que hice, porque actué en coherencia conmigo misma y con mi estado de ánimo en aquel momento. No quería tenerte, y no te tuve. No lo deseaba, y no lo hice.
Ahora bien, ¿me arrepiento de ello…?
SEPTIEMBRE DE 2008.

Comentarios

Francis Nicolás ha dicho que…
Yo creo que es como el refrán.. "lo mató porque era suyo"

Je, je. Muy bueno, forofa
buggy ha dicho que…
Hola Forofa,
lo de dar a los hijos en adopción debe ser muy aburrido. Matar le da más sal a la vida.
Un saludo
Anónimo ha dicho que…
Bueno, yo no sé si le da sal a la vida o no... Pero me costó ponerme en la piel de la protagonista para crearla, porque era muy fría.
Me alegro de que os guste el relato... Gracias por vuestros comentarios.

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