LIBERTAD DE EXPRESIÓN
En estos días estamos asistiendo a una serie de cosas que, hablando en plata, dan miedo; dan pánico, generan terror e incluso a algunos ciudadanos les recuerdan a situaciones como las que se vivieron en la preguerra. La detención de un rapero que no deja indiferente a nadie con sus composiciones musicales ha generado una gran violencia en las calles de muchas ciudades como Barcelona, Madrid o Valencia. Contenedores ardiendo, lluvia de objetos contra las Fuerzas de Seguridad, adoquines arrancados para usarlos como munición contra todo el (y la) que se mueva, saqueos…, que ya generan más que hastío e indignación entre ciudadanía, policías y comerciantes.
A perro flaco todo son pulgas, reza un refrán español. Y es muy cierto. ¿Es que los alborotadores (por usar un adjetivo suave) no son conscientes de que nos encontramos en medio de una pandemia que está causando estragos en hostelería y comercio? ¿Qué tiene que ver que se participe en una manifestación para sucumbir al pillaje más inhumano a un sector ya herido de muerte por la Covid-19? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Sería de agradecer que una mente sesuda lo expusiera con claridad, a ver si el personal lo entiende… Aunque, siendo realistas, esto no lo puede explicar ni un tertuliano de Cuarto milenio. El fin, la defensa de la libertad de expresión, no puede justificar bajo ningún concepto ni en ninguna excepcionalidad, la utilización de métodos violentos, porque al hacerlo se pierde la fuerza de la razón; la violencia sólo engendra más violencia; la violencia no es nunca el camino que conduce a cambios sociales, políticos o económicos; ni lo es ni debería serlo nunca.
¿Por qué se ataca a la Policía y a los medios de comunicación en aras de la libertad de expresión, cuando son los que la garantizan en una democracia plena y consolidada como la española? A nadie le interesa escuchar las cosas que no son halagos precisamente, a nadie le gusta estar en el punto de mira de investigadores o periodistas que desvelan secretos o errores, y a nadie le interesa ser objeto de críticas… Y, sin embargo, podemos chismorrear, burlarnos, juzgar o herir la reputación de una persona sin pruebas, sin respeto y empaque. Pero es lo que tiene la libertad de expresión. Y debe estar por encima de todo. Y tendría que ser así en todo el mundo.
La libertad de expresión es una de las piezas fundamentales de la idiosincrasia del ser humano. Es tan esencial como el oxígeno, el agua o la alimentación. Es vital, es imprescindible. Es un derecho castigado en países con regímenes dictatoriales de toda índole; penas de prisión, de destierro o de muerte así lo atestiguan. Aquí en España es un derecho constitucional que ampara su uso incluso en sus vertientes más feroces; en sus vertientes más peligrosas, cuando una delgadísima línea cruza la libertad de expresión hasta la calumnia, la injuria, enaltecimiento del terrorismo o narcotráfico, chismorreos o bulos. ¿Dónde termina una cosa y empieza la otra? Eso es lo que debe cuestionarse el Gobierno, porque ya que se ha metido en estas tremendas arenas movedizas para intentar clarificar el asunto, más vale que lo haga meridianamente bien y se zanje este tema de una vez por todas… Para tranquilidad de España entera.
A perro flaco todo son pulgas, reza un refrán español. Y es muy cierto. ¿Es que los alborotadores (por usar un adjetivo suave) no son conscientes de que nos encontramos en medio de una pandemia que está causando estragos en hostelería y comercio? ¿Qué tiene que ver que se participe en una manifestación para sucumbir al pillaje más inhumano a un sector ya herido de muerte por la Covid-19? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Sería de agradecer que una mente sesuda lo expusiera con claridad, a ver si el personal lo entiende… Aunque, siendo realistas, esto no lo puede explicar ni un tertuliano de Cuarto milenio. El fin, la defensa de la libertad de expresión, no puede justificar bajo ningún concepto ni en ninguna excepcionalidad, la utilización de métodos violentos, porque al hacerlo se pierde la fuerza de la razón; la violencia sólo engendra más violencia; la violencia no es nunca el camino que conduce a cambios sociales, políticos o económicos; ni lo es ni debería serlo nunca.
¿Por qué se ataca a la Policía y a los medios de comunicación en aras de la libertad de expresión, cuando son los que la garantizan en una democracia plena y consolidada como la española? A nadie le interesa escuchar las cosas que no son halagos precisamente, a nadie le gusta estar en el punto de mira de investigadores o periodistas que desvelan secretos o errores, y a nadie le interesa ser objeto de críticas… Y, sin embargo, podemos chismorrear, burlarnos, juzgar o herir la reputación de una persona sin pruebas, sin respeto y empaque. Pero es lo que tiene la libertad de expresión. Y debe estar por encima de todo. Y tendría que ser así en todo el mundo.
La libertad de expresión es una de las piezas fundamentales de la idiosincrasia del ser humano. Es tan esencial como el oxígeno, el agua o la alimentación. Es vital, es imprescindible. Es un derecho castigado en países con regímenes dictatoriales de toda índole; penas de prisión, de destierro o de muerte así lo atestiguan. Aquí en España es un derecho constitucional que ampara su uso incluso en sus vertientes más feroces; en sus vertientes más peligrosas, cuando una delgadísima línea cruza la libertad de expresión hasta la calumnia, la injuria, enaltecimiento del terrorismo o narcotráfico, chismorreos o bulos. ¿Dónde termina una cosa y empieza la otra? Eso es lo que debe cuestionarse el Gobierno, porque ya que se ha metido en estas tremendas arenas movedizas para intentar clarificar el asunto, más vale que lo haga meridianamente bien y se zanje este tema de una vez por todas… Para tranquilidad de España entera.
Comentarios