PADRE ADOPTIVO, PADRE DEGENERADO
(Ganador del Tercer premio de la 2ª categoría (autores mayores de 31 años) del XI Premio de Narrativa Breve GÉMINIS, convocado por la Concejalía de Juventud del Excmo. Ayto. de Aspe (Alicante), el 10 de noviembre de 2007).
Macarena sonrió con amargura al escuchar por la radio una vez más la canción que ha hecho su nombre famoso en todo el mundo. Apagó el transistor; estaba harta de esa Macarena tan conocida por todos.
La morena arquitecto cogió el periódico de la mañana y volvió a mirar la esquela grande y lujosa que destacaba sobre las demás. Ya no sentía odio, rencor ni tirria hacia el hombre al que iban a enterrar dentro de unas horas. Sólo le inspiraba una indiferencia implacable que se extendía también a la viuda del difunto, a la que achacaba gran parte de lo que ocurrió; su silencio cómplice le había ocasionado tanto mal como los hechos de los que fue víctima.
Una muchacha empleada en el lujoso palacio sevillano de una aristócrata de alcurnia tuvo la mala suerte de enamorarse del heredero de la familia. El señorito era un don juan parrandero, y no tuvo otra idea mejor que apostar con un amigo quién de los dos lograría arrastrar a la muchacha a su cama. El juego de siempre. La historia de siempre. La inocente y el espabilado de siempre. El revolcón de siempre. El desenlace de siempre.
El embarazo sirvió para que la despidieran y se percatara de la realidad. Había sido el juguete de un niño rico, y debía apechugar con las consecuencias; de nada le sirvieron los ruegos y los lamentos, porque fue amenazada de manera contundente para que no se le ocurriera contar a alguien quién era ella y lo puta que era por enredar a un muchacho decente y honrado.
Sólo le quedaba un hijo al que no podría criar por carecer de medios para ello y un futuro de aislamiento y vergüenza en su pueblo natal del interior de Huelva. Tendría que darlo en adopción, y eso no lo podía asimilar. Se le partía el alma, pero ese niño merecía algo mejor que un porvenir repleto de comentarios y de burlas en el pueblo por su origen bastardo. Merecía su niño todo lo que ella no podía darle.
Y el destino quiso que un matrimonio joven, acomodado e íntimos amigos de una de las hermanas del señorito, se enterase de lo ocurrido y decidiera adoptar a su bebé, en vista de que la naturaleza de ambos se había mostrado incompatible para engendrar.
La criada vio el cielo abierto; su bebé iba a crecer rodeado de cariño y de amor, con todas las comodidades y con el futuro resuelto. Ya no tendría que preocuparse de nada, porque esa pareja joven y rica serían los padres perfectos para el niño; sólo debía no acercarse nunca al chiquillo ni revelarle su verdadero origen y su identidad, y, aunque su alma se le partiera en mil pedazos, acató todo cuanto le dijeron. Firmó todos los documentos necesarios, y hasta el día del parto vivió con el matrimonio, rodeada de todas las comodidades pero deshecha por la pena.
Cuando Macarena nació, su madre biológica no tuvo oportunidad de verla. Ni siquiera supo que fue una niña, porque se la llevaron a la velocidad de la luz y ya no pudo sino cumplir su parte del trato. Regresó a su pueblo natal y allí vivió hasta su muerte en accidente de tráfico en la Nochevieja de 1.992; nunca olvidó al bebé que tuvo, que a la sazón contaba con dieciséis años, y nunca dejó de preguntarse cómo estaría, ni cómo habría sido la vida de ambos si las circunstancias hubieran sido distintas, si hubiese obrado de otra forma, si no hubiese sido tan inocente y tan cobarde. El discurrir de los meses y de los años acrecentó en su interior la sensación de culpa, más no se decidió nunca a romper el pacto de silencio acordado con los padres adoptivos de su hijo; el niño estaría muy bien criado y lo tendría todo, y no iba a querer saber nada de ella. No. Mejor dejaba al chiquillo en paz, en un hogar donde se lo darían todo y donde estaría a cuerpo de rey con un matrimonio que lo querría y lo mimaría hasta la extenuación. Murió con esa tristeza. Murió sin saber la verdad sobre su hija Macarena.
El matrimonio que adoptó a Macarena lo tenía todo, y su relación era perfecta. Ni un terremoto de proporciones descomunales podría hacer mella en esa pareja, tan apreciada en la alta sociedad madrileña (donde trasladaron su residencia tras la llegada de la niña a sus vidas, aprovechando el ascenso que le dieron a él en la Administración de Hacienda). Educaron a la niña con mano de hierro envuelta en guante de seda; una estricta enseñanza combinada con todo tipo de mimos y caprichos. Si Macarena quería un muñeco o un traje nuevo, no tardaba ni media hora en conseguirlo, pero que no se le ocurriese hacer la más mínima travesura porque el castigo era de órdago. Más la pequeña adoraba a sus padres y sabía muy bien cómo camelárselos para salirse con la suya...
Macarena era la alegría de sus vidas. Era una niña preciosa y zalamera. Su pelo negro era herencia de su madre biológica, y los impresionantes ojos verdes de la chiquilla denotaban su origen aristocrático; un trapo que se pusiese, un trapo que lucía. Decían de ella que podría ser una perfecta candidata a futura Reina de España.
El paso de los meses y de los años acrecentó la belleza de Macarena y marcó el inicio de su calvario personal. Su padre adoptivo empezó a acariciarla de forma erótica cuando la bañaba y la secaba, a tocarla demasiado cuando iba a darle las buenas noches o a despertarla, a ponerse alegre hasta alcanzar el orgasmo mientras la contemplaba... Al principio, la pequeña atribuía esos extraños comportamientos al amor paterno, creyendo a pies juntillas lo que éste le decía respecto a que eran muy normales esas cosas entre las niñitas y sus papás, pero al ir creciendo y viendo el comportamiento de los progenitores de sus amigas se empezó a percatar de lo que estaba pasando en realidad.
La aversión, la turbación, la confusión, el aturdimiento y el escándalo se apoderaron de Macarena sin que supiese muy bien qué hacer ni cómo reaccionar ante la ignominia de su padre. No sabía si debía contarlo, no sabía si la creerían no habiendo violación de por medio, no sabía si iba a poder tener el apoyo de su madre, no sabía si iba a poder soportar la presión social y mediática a la que iba a verse sometida si todo salía a la luz. Estaba totalmente desorientada, desconcertada, asqueada y deshecha en lo moral y en lo afectivo. ¿Cómo era posible que eso le estuviese sucediendo a ella? ¿Por qué? ¿Por qué con la persona que se suponía que más la tenía que querer y respetar como lo más sagrado que hay en el mundo? ¿Cómo contárselo a su madre? ¿Cómo evitarle ese dolor? ¿Con el silencio?
No. De ninguna manera. Su madre estaba enamorada hasta la locura de su marido, pero iba a tener que comprender que no se inventaba una cosa tan escalofriante y tan execrable como esa... ¡Qué más querría ella! ¿Era una falacia que escuchaba a medianoche los jadeos entrecortados de su padre tras la puerta cerrada a cal y canto con pestillo de su dormitorio? ¿Era invención suya la disimulada lascivia con la que su padre la observaba en las fiestas a las que eran invitados? ¿Iba a decir ella que sorprendió a su padre hurgando en sus cajones de ropa interior por ganas de decirlo? ¿Iba a contar que un día fue al instituto y se metió dentro y la vigiló en los recreos, poniéndose iracundo y celoso cuando la vio hablando con un chaval que le caía muy bien? Eso fue el colmo de la crápula y de la inmoralidad de su padre, ¿cabía esperar más degradación y más perversidad por parte de ese tío?
Cabía esperarlo. Por supuesto que cabía esperarlo. Macarena vio espantada como su padre iba a vigilarla si salía con amigas a la discoteca, y cómo, si la veía con chicos, se la llevaba para su casa con menos modales que un tigre cazando un ciervo... Eso sí que era ya el colmo, el esperpento más espeluznante. Ya no soportaba el acoso, la vigilancia, la libídine de su progenitor, necesitaba contarlo. Necesitaba que su madre lo supiera, que toda la verdad fuese conocida; ya no aguantaba más el terror que la asaltaba en cuanto se quedaba a solas en su dormitorio, temiendo que ese tío trepase por el árbol situado junto a la ventana de su cuarto y se colase por ella para rematar lo que tantas ganas tenía de hacerle... Ya no toleraba más el estado de nervios, de congoja y de desesperación en el que se hallaba. Iba a morir de un ataque de histeria si no gritaba a los cuatro vientos lo que estaba padeciendo y si no pedía ayuda. Su madre tenía que saberlo. Iba a resultarle muy duro asimilar que su marido era en realidad un hijo de puta en toda su dimensión, y que estaba cometiendo abusos tan intolerables como despreciables contra ella. Tendría que creerla. No se estaba inventando nada. Necesitaba su ayuda y su apoyo. Ella la quería y la necesitaba. No podría fallarle. No. No podía.
Macarena se quedó tan helada que si en ese preciso instante le hubieran pinchado, ni una gota de sangre habría salido de sus venas. Boquiabierta, desagradablemente asombrada, estuvo a punto de desmayarse de dolor y de impotencia mientras su cerebro daba vueltas... ¿Estaba soñando esa escena? ¿Su madre la estaba llamando embustera, farsante, cuentista y puta desagradecida? ¿Acababa de decirle entre violentos bofetones que qué derecho tenía ella a inventar semejante barbaridad de un hombre tan bueno y tan honrado como su padre? ¿Acababa de espetarle entre gritos que era adoptada y que su verdadera madre era un pendón desorejado que la abandonó al nacer por cuatro millones de pesetas y un pacto de silencio? ¿Estaba acusándola de haberse enamorado de su marido y de haberse inventado toda esa patraña porque sabía de alguna forma que biológicamente no era hija suya y podría tener oportunidad de arrebatárselo?¿Era posible que esa conversación hubiera sido real y no producto de su imaginación? No podía creer que su madre hubiese reaccionado de semejante manera... ¿Su madre? No; ya no podía verla como tal. Ya no. Y no porque no la pariese, que eso era lo menos importante para ella, sino por cómo se había tomado su confesión.
Era muy fuerte que no la creyese. Estaba ciega, con una venda bien sujeta a sus ojos. No quería reconocer la verdad... Ahora sí estaba perdida. ¿Quién iba a auxiliarla ahora? ¿Cómo iba a seguir viviendo bajo el mismo techo con ese matrimonio? Todo el amor y el afecto que les tenía se tornaron odio, tirria, rencor, rabia, desesperación. Le quedaba un mes para cumplir los dieciocho años; podría irse de su casa en ese mismo instante. Pero, ¿qué hacer en ese intervalo de tiempo? Ya no aguantaba más. Era tanto su pánico al marido y su miedo a la mujer, tanto, que ya no soportaría ni siquiera un mes más bajo su mismo techo, expuesta a las lujuriosas intenciones de uno y los celos y el encono de la otra.
No lo aguantaba más. Era superior a sus fuerzas. No podía más. Estaba ahogándose en la desesperación y en la impotencia, en el miedo y en el dolor. Tenía que huir como fuera. No lo pensó más; se marchó de la casa con lo más imprescindible metido en una mochila, sin volver la vista atrás y con la certeza absoluta de que nadie iba a obligarla a regresar... Y si lo hacían, sería por muy poco tiempo. Como que se llamaba Macarena lo juraba. Rompía con un pasado que tendría que aprender a olvidar y a superar. No le iba a resultar nada fácil, pero saldría adelante. El instinto de supervivencia sería su soporte; trabajaría, estudiaría y superaría el pasado. Tendría que ser fuerte. Iba a ser fuerte.
Su jefa de estudios alucinaba cuando le contó el calvario que estaba viviendo, y, aunque en un primer momento dudó de la veracidad de sus palabras (por la apariencia respetable y bonachona del matrimonio), no pudo menos que acabar creyéndola al escuchar detalles y hechos tan concretos como escalofriantes de lo que había sufrido. No dudó en levantar el auricular del teléfono y llamar a los Servicios Sociales. Le ponía los pelos como escarpias el pensar sólo por una milésima de segundo dónde había crecido esa chiquita dulce, inteligente y sensible. ¡Y siendo el objeto de deseo de su propio padre! Adoptivo, de acuerdo, pero tan padre como el biológico. Ese hombre tenía que pagar lo que había hecho. Y lo iba a pagar.
Sólo con los insultos y el implacable desprecio al que ese hombre fue sometido por la Sociedad se dio Macarena por satisfecha. Mientras se reponía en un piso en compañía de otros adolescentes con este tipo de problemas personales en el que las autoridades la metieron, la joven fue testigo del escándalo monumental que se formó con su caso. Aunque asistió aterrorizada a las amenazas que contra ella profirió la pareja, él por despecho e ira y ella porque de tan ciega que estaba era tonta, no tardó demasiado en aceptar los tranquilizadores consejos de los psicólogos que la atendían; era muy normal que reaccionasen de esa forma, habida cuenta de la posición social que tenían y del enorme impacto mediático que sus terribles acusaciones habían tenido. No debía dejarse acobardar, puesto que no estaba mintiendo.
A partir de ese momento sólo debía preocuparse de rehacer su vida empezando de cero y en libertad, sin más comidas de coco que las propias de su edad y del discurrir diario por el camino de la existencia. Esa gentuza no se atrevería a hacerle nada, so pena de tener más procesos judiciales y mayores condenas por ello.
De ahora en adelante, sólo debía preocuparse de vivir y de superar el pasado.
Y eso había hecho en los diez años que habían transcurrido desde entonces. Tras permanecer un mes en esa vivienda especial, la instaron a volver a casa de sus padres adoptivos con la obligación judicial de ir al psicólogo los tres, ella, el marido y la mujer. Pero su recién estrenada mayoría de edad la salvó de volver al infierno.
Regresó a Sevilla, a la ciudad donde pasaba sus vacaciones cuando era niña. A pesar de que no comprendía muy bien por qué tomó tal decisión, no dio marcha atrás; le encantaba esa ciudad, sus amigos de allí eran maravillosos y la Universidad de Sevilla le atraía para estudiar Arquitectura. Pronto se zambulló en la rutina diaria del trabajo, de las lecciones, de las visitas al psicólogo..., etc, y llegó a sentirse feliz y tranquila. Nunca iba a olvidar lo que le sucedió, porque eso era imposible, pero sí era feliz. Con su trabajo en un prestigioso estudio de Arquitectura de Barcelona, con el amor de su vida, Roberto, al que conoció en el primer año de carrera, y con Rocío, su hija recién nacida.
Tenía todo lo que anhelaba y el pasado (que, según vio en el diario, murió de cáncer) quedaría literalmente enterado dentro de unas horas. ¿Qué más podía pedir?
-Decidirme a averiguar de dónde vengo-se dijo Macarena mientras estrellaba el periódico en el sofá y corría a coger a Rocío, que lloraba pidiendo que le diera el pecho.
Pero eso ya era harina de otro costal.
Macarena sonrió con amargura al escuchar por la radio una vez más la canción que ha hecho su nombre famoso en todo el mundo. Apagó el transistor; estaba harta de esa Macarena tan conocida por todos.
La morena arquitecto cogió el periódico de la mañana y volvió a mirar la esquela grande y lujosa que destacaba sobre las demás. Ya no sentía odio, rencor ni tirria hacia el hombre al que iban a enterrar dentro de unas horas. Sólo le inspiraba una indiferencia implacable que se extendía también a la viuda del difunto, a la que achacaba gran parte de lo que ocurrió; su silencio cómplice le había ocasionado tanto mal como los hechos de los que fue víctima.
Una muchacha empleada en el lujoso palacio sevillano de una aristócrata de alcurnia tuvo la mala suerte de enamorarse del heredero de la familia. El señorito era un don juan parrandero, y no tuvo otra idea mejor que apostar con un amigo quién de los dos lograría arrastrar a la muchacha a su cama. El juego de siempre. La historia de siempre. La inocente y el espabilado de siempre. El revolcón de siempre. El desenlace de siempre.
El embarazo sirvió para que la despidieran y se percatara de la realidad. Había sido el juguete de un niño rico, y debía apechugar con las consecuencias; de nada le sirvieron los ruegos y los lamentos, porque fue amenazada de manera contundente para que no se le ocurriera contar a alguien quién era ella y lo puta que era por enredar a un muchacho decente y honrado.
Sólo le quedaba un hijo al que no podría criar por carecer de medios para ello y un futuro de aislamiento y vergüenza en su pueblo natal del interior de Huelva. Tendría que darlo en adopción, y eso no lo podía asimilar. Se le partía el alma, pero ese niño merecía algo mejor que un porvenir repleto de comentarios y de burlas en el pueblo por su origen bastardo. Merecía su niño todo lo que ella no podía darle.
Y el destino quiso que un matrimonio joven, acomodado e íntimos amigos de una de las hermanas del señorito, se enterase de lo ocurrido y decidiera adoptar a su bebé, en vista de que la naturaleza de ambos se había mostrado incompatible para engendrar.
La criada vio el cielo abierto; su bebé iba a crecer rodeado de cariño y de amor, con todas las comodidades y con el futuro resuelto. Ya no tendría que preocuparse de nada, porque esa pareja joven y rica serían los padres perfectos para el niño; sólo debía no acercarse nunca al chiquillo ni revelarle su verdadero origen y su identidad, y, aunque su alma se le partiera en mil pedazos, acató todo cuanto le dijeron. Firmó todos los documentos necesarios, y hasta el día del parto vivió con el matrimonio, rodeada de todas las comodidades pero deshecha por la pena.
Cuando Macarena nació, su madre biológica no tuvo oportunidad de verla. Ni siquiera supo que fue una niña, porque se la llevaron a la velocidad de la luz y ya no pudo sino cumplir su parte del trato. Regresó a su pueblo natal y allí vivió hasta su muerte en accidente de tráfico en la Nochevieja de 1.992; nunca olvidó al bebé que tuvo, que a la sazón contaba con dieciséis años, y nunca dejó de preguntarse cómo estaría, ni cómo habría sido la vida de ambos si las circunstancias hubieran sido distintas, si hubiese obrado de otra forma, si no hubiese sido tan inocente y tan cobarde. El discurrir de los meses y de los años acrecentó en su interior la sensación de culpa, más no se decidió nunca a romper el pacto de silencio acordado con los padres adoptivos de su hijo; el niño estaría muy bien criado y lo tendría todo, y no iba a querer saber nada de ella. No. Mejor dejaba al chiquillo en paz, en un hogar donde se lo darían todo y donde estaría a cuerpo de rey con un matrimonio que lo querría y lo mimaría hasta la extenuación. Murió con esa tristeza. Murió sin saber la verdad sobre su hija Macarena.
El matrimonio que adoptó a Macarena lo tenía todo, y su relación era perfecta. Ni un terremoto de proporciones descomunales podría hacer mella en esa pareja, tan apreciada en la alta sociedad madrileña (donde trasladaron su residencia tras la llegada de la niña a sus vidas, aprovechando el ascenso que le dieron a él en la Administración de Hacienda). Educaron a la niña con mano de hierro envuelta en guante de seda; una estricta enseñanza combinada con todo tipo de mimos y caprichos. Si Macarena quería un muñeco o un traje nuevo, no tardaba ni media hora en conseguirlo, pero que no se le ocurriese hacer la más mínima travesura porque el castigo era de órdago. Más la pequeña adoraba a sus padres y sabía muy bien cómo camelárselos para salirse con la suya...
Macarena era la alegría de sus vidas. Era una niña preciosa y zalamera. Su pelo negro era herencia de su madre biológica, y los impresionantes ojos verdes de la chiquilla denotaban su origen aristocrático; un trapo que se pusiese, un trapo que lucía. Decían de ella que podría ser una perfecta candidata a futura Reina de España.
El paso de los meses y de los años acrecentó la belleza de Macarena y marcó el inicio de su calvario personal. Su padre adoptivo empezó a acariciarla de forma erótica cuando la bañaba y la secaba, a tocarla demasiado cuando iba a darle las buenas noches o a despertarla, a ponerse alegre hasta alcanzar el orgasmo mientras la contemplaba... Al principio, la pequeña atribuía esos extraños comportamientos al amor paterno, creyendo a pies juntillas lo que éste le decía respecto a que eran muy normales esas cosas entre las niñitas y sus papás, pero al ir creciendo y viendo el comportamiento de los progenitores de sus amigas se empezó a percatar de lo que estaba pasando en realidad.
La aversión, la turbación, la confusión, el aturdimiento y el escándalo se apoderaron de Macarena sin que supiese muy bien qué hacer ni cómo reaccionar ante la ignominia de su padre. No sabía si debía contarlo, no sabía si la creerían no habiendo violación de por medio, no sabía si iba a poder tener el apoyo de su madre, no sabía si iba a poder soportar la presión social y mediática a la que iba a verse sometida si todo salía a la luz. Estaba totalmente desorientada, desconcertada, asqueada y deshecha en lo moral y en lo afectivo. ¿Cómo era posible que eso le estuviese sucediendo a ella? ¿Por qué? ¿Por qué con la persona que se suponía que más la tenía que querer y respetar como lo más sagrado que hay en el mundo? ¿Cómo contárselo a su madre? ¿Cómo evitarle ese dolor? ¿Con el silencio?
No. De ninguna manera. Su madre estaba enamorada hasta la locura de su marido, pero iba a tener que comprender que no se inventaba una cosa tan escalofriante y tan execrable como esa... ¡Qué más querría ella! ¿Era una falacia que escuchaba a medianoche los jadeos entrecortados de su padre tras la puerta cerrada a cal y canto con pestillo de su dormitorio? ¿Era invención suya la disimulada lascivia con la que su padre la observaba en las fiestas a las que eran invitados? ¿Iba a decir ella que sorprendió a su padre hurgando en sus cajones de ropa interior por ganas de decirlo? ¿Iba a contar que un día fue al instituto y se metió dentro y la vigiló en los recreos, poniéndose iracundo y celoso cuando la vio hablando con un chaval que le caía muy bien? Eso fue el colmo de la crápula y de la inmoralidad de su padre, ¿cabía esperar más degradación y más perversidad por parte de ese tío?
Cabía esperarlo. Por supuesto que cabía esperarlo. Macarena vio espantada como su padre iba a vigilarla si salía con amigas a la discoteca, y cómo, si la veía con chicos, se la llevaba para su casa con menos modales que un tigre cazando un ciervo... Eso sí que era ya el colmo, el esperpento más espeluznante. Ya no soportaba el acoso, la vigilancia, la libídine de su progenitor, necesitaba contarlo. Necesitaba que su madre lo supiera, que toda la verdad fuese conocida; ya no aguantaba más el terror que la asaltaba en cuanto se quedaba a solas en su dormitorio, temiendo que ese tío trepase por el árbol situado junto a la ventana de su cuarto y se colase por ella para rematar lo que tantas ganas tenía de hacerle... Ya no toleraba más el estado de nervios, de congoja y de desesperación en el que se hallaba. Iba a morir de un ataque de histeria si no gritaba a los cuatro vientos lo que estaba padeciendo y si no pedía ayuda. Su madre tenía que saberlo. Iba a resultarle muy duro asimilar que su marido era en realidad un hijo de puta en toda su dimensión, y que estaba cometiendo abusos tan intolerables como despreciables contra ella. Tendría que creerla. No se estaba inventando nada. Necesitaba su ayuda y su apoyo. Ella la quería y la necesitaba. No podría fallarle. No. No podía.
Macarena se quedó tan helada que si en ese preciso instante le hubieran pinchado, ni una gota de sangre habría salido de sus venas. Boquiabierta, desagradablemente asombrada, estuvo a punto de desmayarse de dolor y de impotencia mientras su cerebro daba vueltas... ¿Estaba soñando esa escena? ¿Su madre la estaba llamando embustera, farsante, cuentista y puta desagradecida? ¿Acababa de decirle entre violentos bofetones que qué derecho tenía ella a inventar semejante barbaridad de un hombre tan bueno y tan honrado como su padre? ¿Acababa de espetarle entre gritos que era adoptada y que su verdadera madre era un pendón desorejado que la abandonó al nacer por cuatro millones de pesetas y un pacto de silencio? ¿Estaba acusándola de haberse enamorado de su marido y de haberse inventado toda esa patraña porque sabía de alguna forma que biológicamente no era hija suya y podría tener oportunidad de arrebatárselo?¿Era posible que esa conversación hubiera sido real y no producto de su imaginación? No podía creer que su madre hubiese reaccionado de semejante manera... ¿Su madre? No; ya no podía verla como tal. Ya no. Y no porque no la pariese, que eso era lo menos importante para ella, sino por cómo se había tomado su confesión.
Era muy fuerte que no la creyese. Estaba ciega, con una venda bien sujeta a sus ojos. No quería reconocer la verdad... Ahora sí estaba perdida. ¿Quién iba a auxiliarla ahora? ¿Cómo iba a seguir viviendo bajo el mismo techo con ese matrimonio? Todo el amor y el afecto que les tenía se tornaron odio, tirria, rencor, rabia, desesperación. Le quedaba un mes para cumplir los dieciocho años; podría irse de su casa en ese mismo instante. Pero, ¿qué hacer en ese intervalo de tiempo? Ya no aguantaba más. Era tanto su pánico al marido y su miedo a la mujer, tanto, que ya no soportaría ni siquiera un mes más bajo su mismo techo, expuesta a las lujuriosas intenciones de uno y los celos y el encono de la otra.
No lo aguantaba más. Era superior a sus fuerzas. No podía más. Estaba ahogándose en la desesperación y en la impotencia, en el miedo y en el dolor. Tenía que huir como fuera. No lo pensó más; se marchó de la casa con lo más imprescindible metido en una mochila, sin volver la vista atrás y con la certeza absoluta de que nadie iba a obligarla a regresar... Y si lo hacían, sería por muy poco tiempo. Como que se llamaba Macarena lo juraba. Rompía con un pasado que tendría que aprender a olvidar y a superar. No le iba a resultar nada fácil, pero saldría adelante. El instinto de supervivencia sería su soporte; trabajaría, estudiaría y superaría el pasado. Tendría que ser fuerte. Iba a ser fuerte.
Su jefa de estudios alucinaba cuando le contó el calvario que estaba viviendo, y, aunque en un primer momento dudó de la veracidad de sus palabras (por la apariencia respetable y bonachona del matrimonio), no pudo menos que acabar creyéndola al escuchar detalles y hechos tan concretos como escalofriantes de lo que había sufrido. No dudó en levantar el auricular del teléfono y llamar a los Servicios Sociales. Le ponía los pelos como escarpias el pensar sólo por una milésima de segundo dónde había crecido esa chiquita dulce, inteligente y sensible. ¡Y siendo el objeto de deseo de su propio padre! Adoptivo, de acuerdo, pero tan padre como el biológico. Ese hombre tenía que pagar lo que había hecho. Y lo iba a pagar.
Sólo con los insultos y el implacable desprecio al que ese hombre fue sometido por la Sociedad se dio Macarena por satisfecha. Mientras se reponía en un piso en compañía de otros adolescentes con este tipo de problemas personales en el que las autoridades la metieron, la joven fue testigo del escándalo monumental que se formó con su caso. Aunque asistió aterrorizada a las amenazas que contra ella profirió la pareja, él por despecho e ira y ella porque de tan ciega que estaba era tonta, no tardó demasiado en aceptar los tranquilizadores consejos de los psicólogos que la atendían; era muy normal que reaccionasen de esa forma, habida cuenta de la posición social que tenían y del enorme impacto mediático que sus terribles acusaciones habían tenido. No debía dejarse acobardar, puesto que no estaba mintiendo.
A partir de ese momento sólo debía preocuparse de rehacer su vida empezando de cero y en libertad, sin más comidas de coco que las propias de su edad y del discurrir diario por el camino de la existencia. Esa gentuza no se atrevería a hacerle nada, so pena de tener más procesos judiciales y mayores condenas por ello.
De ahora en adelante, sólo debía preocuparse de vivir y de superar el pasado.
Y eso había hecho en los diez años que habían transcurrido desde entonces. Tras permanecer un mes en esa vivienda especial, la instaron a volver a casa de sus padres adoptivos con la obligación judicial de ir al psicólogo los tres, ella, el marido y la mujer. Pero su recién estrenada mayoría de edad la salvó de volver al infierno.
Regresó a Sevilla, a la ciudad donde pasaba sus vacaciones cuando era niña. A pesar de que no comprendía muy bien por qué tomó tal decisión, no dio marcha atrás; le encantaba esa ciudad, sus amigos de allí eran maravillosos y la Universidad de Sevilla le atraía para estudiar Arquitectura. Pronto se zambulló en la rutina diaria del trabajo, de las lecciones, de las visitas al psicólogo..., etc, y llegó a sentirse feliz y tranquila. Nunca iba a olvidar lo que le sucedió, porque eso era imposible, pero sí era feliz. Con su trabajo en un prestigioso estudio de Arquitectura de Barcelona, con el amor de su vida, Roberto, al que conoció en el primer año de carrera, y con Rocío, su hija recién nacida.
Tenía todo lo que anhelaba y el pasado (que, según vio en el diario, murió de cáncer) quedaría literalmente enterado dentro de unas horas. ¿Qué más podía pedir?
-Decidirme a averiguar de dónde vengo-se dijo Macarena mientras estrellaba el periódico en el sofá y corría a coger a Rocío, que lloraba pidiendo que le diera el pecho.
Pero eso ya era harina de otro costal.
Comentarios
Un beso!
Triste y horrorosa, y además verídica historia. Cambié la posición social, el nombre y el origen de la verdadera "Macarena", para salvaguardar tanto su identidad como la de la persona que me contó su escalofriante vivencia.
BESAZOS,
Estoooo
Glups, glups...
Besos.
Besazos.
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Para mi también fue un placer reverte - como el Pérez - desde el ágape con la alcaldesa no nos veíamos.. aunque tú ese día no veías a nadie...
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UPDATE --- (Mi mujer avanzó tres páginas entre la sombras...)
Un beso, genia!
(El Hércules a primera... por no hablar de otras cosas, ya sabes)
¡Pa' ver estaba yo ese día, jejejeje, con lo emocionada que estaba! Nunca imaginé que viviría un momentazo tan maravilloso, y que tendría la oportunidad de compartirlo con todos los que me queréis, apreciáis y creéis en mí. GRACIAS por la parte que te corresponde "de culpa"; sabes que sin tu paciencia y ánimo nunca hubiese acabado "Más allá de las sombras", ¡porque mira que me costó escribirlo...!
Dile a tu mujer que un millón de GRACIAS por leer la novela. Espero que le guste tanto como para sumergirse en ella a través de las sombras del sueño. Y dale un abrazo muy gordo de mi parte.
Respecto al relato, sí... Es muy fuerte. Intenté transmitir con fidelidad y realismo el drama que le tocó vivir a la "Macarena" auténtica. No sé si lo logré, pero el jurado que me otorgó el premio y los que lo habéis leído coincidís en comentar lo mismo: Que pone los pelos de punta. GRACIAS a todos, por leerlo.
MIL BESOS, MY DEAR PROFE.