UN AMOR TAN EXTRAÑO COMO IMPOSIBLE.
Mario observaba a su hermana desde la cocina a través de la glauca mosquitera que cubría la ventana sita encima del fregadero y siguió fregando los platos con aire taciturno y sin ningún ánimo de canturrear letra alguna. El joven pediatra detestaba profundamente tener que pasar el estropajo a los cacharros sucios, pero el viejo lavavajillas había pasado a mejor vida y no dispondrían del nuevo hasta la mañana siguiente... Según promesa de los de la tienda de electrodomésticos.
El médico miraba a su hermana y no podía soportar la triste melancolía y el pertinaz silencio que se habían instalado desde hacía unos días en ella; quería saber qué le ocurría a Ana Belén, por qué las interminables horas de llanto e insomnio que sus ojos por la mañana delataban que padecía por las noches, por qué ese perenne gesto de amargura, desamparo y desolación en su hermoso rostro, por qué esa repentina indiferencia ante todo lo que sucedía a su alrededor, por qué esa negativa a irse de vacaciones con sus padres cuando viajar era una de las grandes pasiones de la guapísima fotógrafa, por qué su escasa gana de comer, por qué... ¿Qué le pasaba a Ana Belén para estar en semejante estado, ella que siempre hacía reír a los demás y les levantaba la moral con su arrollador carácter? Por más que le daba vueltas, no lograba imaginar qué o quién había abocado a su hermana a semejante arrebato emocional. Por más que intentaba hablar con ella, inspirarle confianza para que se desahogara, no lo conseguía. Ana Belén se había cerrado en banda como un mejillón. Le ocurriera lo que le ocurriera, se lo estaba tragando sola. Intentaría convencerla una vez más para que confiara en él; era su hermano, y nunca le contaría a nadie nada que ella no quisiera. Nunca.
Mario terminó de fregar y colocó en una bandeja dos vasos de naranjada y salió al jardín, donde la pelirroja melena de la fotógrafa ondeaba al viento cuan bandera en lo alto de un mástil y donde su pensamiento se hallaba muy lejos de allí a pesar de que, en apariencia, estaba concentrada en la redacción de un texto, a juzgar por el cuaderno cuadriculado y el bolígrafo tan azul como grueso que tenía entre sus manos.
Su hermano se sentó frente a ella y sorbió un trago de naranjada mientras esperaba que la joven acabara la tarea en la que estaba inmersa. Quería que le contara su pena o su desengaño o su frustración o lo que fuera que le estaba quemando el alma. Ana Belén no podía seguir así.
-¿Ya has terminado de fregar?-Una breve sonrisa apareció en la cara de la fotógrafa cuando levantó la vista del cuaderno y se percató de la presencia del pediatra.
-Muy graciosa, hermanita...-Le contestó, fingiendo cabrearse con ella.-Sabes de sobra que detesto lavar los platos...
-Ya-repuso ella-pero tu mujer y tú lo lógico es que compartáis las tareas del hogar, idiota, que eres un machista idiota...
-¿Machista yo?-Divertido por el pique al que quería someterlo su hermana, Mario le siguió el juego.-Lo que soy es un amo de casa perfecto, querida... Isabel tiene una joya de marido...
-Un diamante en bruto, no te jode-respondió una jocosa Ana Belén, olvidando por unos instantes su tristeza.
-Por eso Isabel me saca brillo todas las noches, para pulirme-Mario se alegró de escuchar la repentina y fugaz carcajada de su hermana.
-A ti no te pule ni Dios, capullo...
-O sea, que te quedas aquí, en mi casa, durante quince días, y te dedicas a insultarme-Mario no disimulaba su hilaridad-¡Bonita forma de corresponder a mi generosidad! ¡Se lo voy a decir a tu cuñada cuando venga del curro!
-Díselo-se chuleó una divertida Ana Belén-me dará la razón inmediatamente...
-Ayyyyyyyy, esto me pasa por enamorarme de tu mejor amiga y casarme con ella...-Mario levantó los brazos en dirección al cielo, en una simulada expresión de estoicismo.
-La verdad es que formáis una pareja que da envidia... Y me alegro mogollón por los dos...-La seriedad tornó al rostro y al ánimo de Ana Belén.
-La amo a lo bestia-repuso él-es una tía que vale la pena, y quiero vivir toda una vida con ella.
-Y a ver si me hacéis tía ya, puñeta...-La fotógrafa sonrió.
-¡Mujer, espera un poco!-Chilló un socarrón Mario-¡Sólo hace un año que nos casamos!
-Isabel es una tía única-repuso Ana Belén, seria otra vez-no la traiciones nunca, porque sería para cortarte los...
-Nunca lo haré-Mario, a su vez, se puso serio al interrumpir la frase de su hermana-¿quién me va a dar más que ella? Ninguna. Jamás.
-Es un sol.
-Es mi sol-Mario sonrió lleno de amor al pensar en la atractiva e inteligente psiquiatra con la que estaba casado. Viendo cómo su hermana dejaba el bolígrafo sobre la mesa, le preguntó:-¿Qué haces tú escribiendo? ¡Qué cosa más rara!
-Ya...-Respondió ella-sabes que detesto profundamente escribir, que no sirvo para ello, que envidio a los escritores por su capacidad de tirarse horas creando textos de la nada, pero los de la asociación me han pedido que dé una conferencia junto con mi compañero David sobre discapacidades físicas a los alumnos de un instituto... Bueno, a los de la clase de Técnico Superior de Animación Sociocultural... Y no he tenido más narices que escribir lo que les voy a decir.
-Eso está muy bien, jovencita-dijo Mario-es importante, básico, primordial, necesario, que la gente sepa que porque tengáis una discapacidad no dejáis de ser personas. Y que tenéis los mismos derechos y deberes que los demás. Créete que estoy harto de que el personal os infravalore y os tome por pobrecitos inútiles que no se enteran de nada.
-Eso son las barreras mentales, tan nefastas o peores que las arquitectónicas. La gente piensa que porque tengamos dañado el cuerpo tenemos también dañado el cerebro, y no se percatan del daño que hacen con esa actitud...
-Es que hay mucha ignorancia, Ana, y lo que no se conoce da terror, pánico, miedo. Por eso hay que concienciar al personal y darle toda la información que haga falta...
-Sabes que siempre he dicho que cada uno de nosotros, discapacitado o no, somos diferentes por el talento que poseemos para ejercer una misión en la vida. Y ésa es la idea principal que quiero transmitirles a los alumnos que nos van a escuchar...
-Me parece una idea contundente y veraz como la Vida misma. Siempre te lo he dicho-corroboró Mario, henchido de orgullo por su hermana.
-Gracias...
-No, de gracias nada... Es la verdad...
-¿Quieres que te lea lo que he escrito?-Ante el gesto afirmativo de Mario, Ana Belén añadió con una evidente mueca de fastidio:-Tío, te prometo que no entiendo a los que dicen que son felices todo el día escribiendo... ¡Qué tortura!
-Hija, tú misma lo dices; cada uno valemos para una cosa en esta vida-respondió Mario, agregando acto seguido:-También habrá gente que no entienda que tú te mueras por la fotografía y seas fotógrafa profesional... Yo mismo, no soy capaz de ver una foto o de hacerla como tú. Pues igual les debe pasar a los que escriben; ellos reflejan lo que sienten con palabras, y tú lo reflejas con imágenes...
-Ya...-Asintió ella-escucha, y dime luego qué te parece, ¿vale?
-A sus órdenes, capitana-se burló Mario, ante la sonrisa fugaz de Ana Belén.
-Escucha...
DISCAPACITADOS FÍSICOS, SÍ, PERO PERSONAS.
Buenos días, Me llamo Ana Belén, y tengo 29 años. Como veréis, estoy afectada por una discapacidad física; a los 16 años, un accidente de tráfico me dejó parapléjica, lo que me tiene atada a esta silla de ruedas. Gracias al tesón y al esfuerzo de mis padres, mis abuelos y mi hermano, soy lo que soy hoy día: Cuando los médicos les dijeron cómo me había quedado, ellos no se rindieron, batallaron, y, a base de rehabilitación, cariño y esfuerzo, lograron que mejorase, que no perdiera jamás las ganas de vivir y de salir adelante... Y eso es lo más importante que he aprendido de ellos, que hay que plantar cara a las adversidades y luchar. Que el que no lucha no consigue sus objetivos. Yo no he dejado nunca de hacerlo, ni lo haré jamás; tengo mi carrera de Periodismo, y soy fotógrafa profesional. Ahora trabajo en un periódico provincial, y me congratulo muchísimo de ver que varias de mis fotografías han ganado concursos de categoría nacional.
Os cuento todo esto para que me conozcáis, para que sepáis mi historia y para que cuando seáis educadores y tengáis que trabajar con discapacitados físicos les animéis a no quedarse encerrados todo el día en casa comiéndose el tarro y lamentándose de su mala suerte... Tenéis que concienciarles de que hay que buscarse las marañas para que cada día sea un motivo de satisfacción personal, que deben echarle cojones (perdón por la palabra) a la situación y encontrar un aliciente, un algo que les permita demostrarse a sí mismos y demostrar a los demás (tan importante es una cosa como la otra) que por el hecho de tener una minusvalía física no son un cero a la izquierda en la Sociedad. Que no se sientan diferentes por estar en una silla de ruedas o tener una parálisis cerebral (por poner dos ejemplos), sino por poseer un talento del que los demás carecen; David (aquí presente) es diferente por su pasión por la Literatura y su increíble destreza con los ordenadores, Beethoven era diferente por su extraordinario talento para la música, Frida Kalho era diferente por sus magníficas pinturas... Y servidora (sin ninguna pretensión de ser pedante y altanera, por supuesto) se considera diferente por llevar la fotografía en la sangre. Eso es, a mi juicio, lo que vosotros, como educadores que vais a ser, deberíais intentar hacer cuando trabajéis con minusválidos: Sacar a relucir lo mejor de cada uno. Hacerles comprender que, sí, de acuerdo, tienen una discapacidad física, pero no por ello dejan nunca de ser personas. Con todo lo que ello conlleva.
Aunque, si tengo que poner aquí mi sinceridad por bandera, os diré que a quien hay que educar primero es a la Sociedad. Es bien cierto que hasta que a uno no le pasan las cosas no se percata de la inmensidad de las mismas, pero no es menos cierto que vivimos en un mundo donde imperan la ley de la selva y el ¡sálvese quien pueda! Hay mucha insolidaridad, demasiada. Hay mucha incultura, hay mucho desprecio a lo distinto, hay terror a lo que no es como queremos que sea, hay pánico a lo que no conocemos. Y, en este sentido, nos topamos con las barreras arquitectónicas y las mentales... Clama al cielo la cantidad de obstáculos, físicos y psicológicos, a los que nos tenemos que enfrentar día a día los minusválidos; desde el rechazo a los niños discapacitados en los colegios a la ausencia de centros de ocio adaptados totalmente a nuestras necesidades, desde los bordillos de las aceras, portales y entradas a cualquier edificio imposibles de bajar y subir en silla de ruedas hasta la usurpación de rampas y demás espacios para minusválidos en las calles, desde una comunidad de vecinos que considera más importante el pintar la fachada que el adecuar la entada a nuestras necesidades, desde que te traten como una pobre criatura que no se entera de nada hasta que ¡un médico! te pregunte cómo andas de la cabeza cuando has terminado de contarle todo tu historial... Son cosas que hacen mucho daño a quienes las padecemos, cosas que entre todos debemos corregir y cambiar. Debemos tener claro que somos personas, que se nos debe tratar en igualdad de condiciones, que debemos luchar para erradicar completamente las barreras arquitectónicas y mentales y que cada uno de nosotros, discapacitados o no, somos diferentes por nuestra personalidad y por el talento que poseemos para ejercer una misión en la vida.
-¡Guau!-Exclamó un admirado Mario-¡Y eso que no te gusta escribir! ¡Si te llega a gustar, macha, serías Premio Nobel!
-Jajajaja-la fotógrafa no pudo reprimir la risa-¡qué exagerado eres! La verdad es que David me ha ayudado mucho; él sí es escritor, además de informático, y me ha indicado cómo debía hacerlo. Pero, ¡buf!, ¡he tardado 9 días en redactarlo! ¡Y David escribió el suyo en una tarde, tío!
-Ya lo dices tú; cada uno de nosotros somos diferentes por el talento que poseemos para realizar una misión en la vida.
-Ya...
-¿Y cuándo es la charla?
-El jueves dieciocho de septiembre a las once de la mañana. Nos llevan a David y a mí con la furgoneta de la asociación... ¿De qué te ríes?-A Ana Belén no le pasó desapercibida la sonrisa borde de su hermano.
-¿David y tú.....?-Mario se echó para atrás en la silla al ver que la fotógrafa hacía ademán de abofetearlo a través de la mesa que estaba sita entre ellos.-¡Eh! ¡No te piques! ¡Era coña!
Pues menuda coña, le contestó ella, masticando las palabras con tan irritada frialdad que el pediatra no tardó en darse cuenta de que su última broma no le había sentado nada bien. ¿Qué pasaba? ¿Porque David y ella fuesen amigos y colaborasen en las tareas que les encomendaban los de la asociación a la que pertenecían tenían que enamorarse? Qué poco la conocían todos, que pesados se ponían todos tratándola como una niña pequeña que necesita que estén pendientes de todos y cada uno de sus movimientos porque al menor descuido puede caerse a una piscina o por una ventana, qué poco predispuestos se mostraban todos a reconocer que, a sus 29 años y con una carrera profesional brillante a la vuelta de la esquina, tenía todo el derecho del mundo a tontear con el tío que le viniera en gana sin que le entraran ganas de morirse si todo se iba a pique. Qué equivocados estaban todos si realmente creían que bebía los vientos por su compañero y amigo David, aquejado de espina bífida (aunque podía caminar). Qué poco sospechaban de su secreto... ¡Les daría un soponcio si supieran lo que había vivido en el más absoluto de los silencios! ¡Se quedarían a cuadros, patidifusos, estupefactos y boquiabiertos si supieran...! Ay, ¡si supieran!
El incontenible y desgarrado ataque de llanto impidió a Ana Belén continuar con su inesperado desahogo. Mario, que esperaba paciente parapetado en una elipsis que por intuición comprendía que debía mantener hasta que su hermana concluyese su monólogo cargado de dolor y pena y rabia e ira por un hecho secreto, hermoso sin duda, triste tal vez, que había sacudido su alma, alcanzó un paquete de pañuelos de papel que estaba en el extremo más alejado de la mesa y tomó uno de su interior para tendérselo a la fotógrafa. Ésta lo aceptó, procediendo sin más dilación a secar el valle de lágrimas en que habíase convertido su rostro en cuestión de milésimas de segundo; pronto reclamó otro, porque no podía dejar de llorar, porque por fin había decidido contarle a Mario el terremoto de amor que había transformado irremediablemente y por siempre su visión de la vida y del sentimiento más bello que poseemos los seres humanos. Por fin iba a romper el mutismo que ella misma se había impuesto en el tema del acontecimiento que jamás olvidaría; Mario, además de su hermano, era su mejor amigo. En él podía confiar a muerte. Sí. Quería contárselo. Necesitaba contárselo.
Descubrió el universo de Internet durante los últimos años de carrera, y lo utilizaba para su trabajo y el contacto por E-mail con sus compañeros y con sus amigos del Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Nunca le dio por meterse en los programas de mensajería instantánea, en los chats o en los millares de foros que sobre los más variopintos temas hay en casi todos los portales y en todas las ediciones digitales de todos los medios de comunicación... Hasta que un día, un año atrás, sin saber muy bien por qué, y sin tener la más mínima idea de que ese gesto cambiaría para siempre el sentido de su vida y su concepción clásica, tradicional, del amor entre dos personas, se coló con un nick de lo más extravagante en un chat de fútbol... Y sin saber apenas cómo se utilizaba semejante parte de Internet empezó a hablar con un chico de treinta y tres años apasionado hincha del Atlético de Madrid y con una desmedida pasión por la Literatura, la fotografía y el cine. Con sus aficiones comunes por las fotos y el séptimo arte y su rivalidad total en el terreno futbolístico, pues Ana Belén era fanática seguidora del Real Madrid, forjaron una amistad irrompible, maravillosa y leal que perduró hasta el final. Así, con la infinita confianza que día a día adquirieron en sus largas conversaciones, fue cómo se enteró Ana Belén de que Alejandro era bombero destinado en Getafe, que había nacido en Almería, que estaba casado y que tenía un bebé de 3 años, que su matrimonio era un completo desastre por la incomprensión de su esposa por su trabajo, que fingían que todo iba bien cuando era más que palpable que eso no era cierto, que él se refugiaba en sus cibercolegas para desconectar de las numerosas situaciones tensas de su trabajo al llegar a su casa, que le encantaban la fotografía y el cine y que su mito erótico era Marylin Monroe.
Así, con la infinita confianza que día a día adquirieron en sus largas conversaciones, fue cómo se enteró Alejandro de la historia de tragedia y lucha por la vida y por los retos que quería lograr la fotógrafa, de su pasión por las fotos y por el séptimo arte, de su preferencia por las extraordinarias películas de Jhon Ford y Woody Allen, de su arrollador carácter y su dulzura, de su primer amor que murió en el mismo accidente de tráfico que la condenó a ella a la silla de ruedas, de su admiración por las hermosas canciones del malogrado Nino Bravo, de su afición al fútbol y al Real Madrid, de las impactantes imágenes que captaba con su cámara para el periódico, de las conferencias que estaba empezando a dar en nombre de la asociación de discapacitados a la que pertenecía, de su amistad con David y de la admiración que le profesaba por ser tan buen escritor, de su sueño de poder trabajar un día en un medio de comunicación nacional...
Y así fue como, cuan huracán, terremoto, tormenta, ciclón, vendaval, tornado, monzón, volcán en erupción y las más violentas e inesperadas inclemencias meteorológicas, se dieron cuenta de que se habían enamorado. Por muy increíble y extraño que les pareciera, por más que intentaran negárselo a sí mismos por separado, por mucho que ambos se hubieran burlado anteriormente de quienes contaban historias alucinantes de amores y rollos en la red... ¿Cómo iba a ser posible enamorarse de alguien a quien no se ha visto en la vida, de alguien al que sólo se conoce por foto y por las conversaciones a través de programas de mensajería instantánea? ¿Cómo iba a ser factible ese dislate, ese desbarro, ese desatino? No. Eso era un sueño de esos estúpidos e inexplicables; pronto despertarían y volverían a ser sólo cibercolegas... Eso podía ser un cuento de los internautas aburridos para matar el tiempo, pero nunca una realidad para ellos. No. Eran muy cultos como para dejarse arrastrar por esas nimiedades... Ellos no eran tan simples. Ellos no.
Se acabó imponiendo la sorpresiva conducta de la vida y del amor sobre la racionalidad de sus pensamientos y convicciones. No pudieron negar por más tiempo los gritos de sus corazones reclamándoles que les escucharan, que les dejasen salir a la superficie; no podían navegar contra corriente, la vida es un camino hermoso, duro, precioso, triste, lleno de atajos que parecen impenetrables y que ocultan hechos inesperados que pueden ser fructíferos o nefastos para quienes se los encuentran... Y que son imposibles de evitar, por muchas vueltas y senderos alternativos que se busquen. Cada uno de nosotros tenemos ya adjudicado, por no sabemos quién, por no sabemos qué, nuestro destino. Y es una soberana gilipollez tratar de eludirlo. Cuando te toca, te toca. Así de claro. Así de axiomático.
Alejandro fue quien aceptó la realidad primero, quien la asumió y quien decidió afrontarla. Si el precio a pagar por amar a esa mujer era romper con toda su vida anterior, juraba por lo más sagrado que lo haría. No le importaba la opinión de nadie, no le preocupaba lo que de él pudieran decir sus superiores y su familia. Ana Belén había sido un rayo de luz en medio de las negras nubes que tapaban su horizonte, la amaba y la admiraba por su carácter arrollador, por su valentía para afrontar la durísima prueba que le había tocado en suerte en el camino de su existencia y por la pasión con la que hacía su trabajo y desarrollaba su rutina diaria. Ana, sin conocerle personalmente, lo escuchaba y lo aconsejaba como nunca hacía su mujer, tenía una comprensión absolutamente leal por la naturaleza de su trabajo y la adicción que le creaba, poseía una generosidad y una dulzura excepcionales... Ciertamente, Ana era para él un regalo, un tesoro que nadie sabría jamás cuánto apreciaba y cuánto anhelaba hacer suyo para el resto de sus días; porque, una vez asumida la realidad de ese amor extraño y súbito, inopinado e insospechado, no podía esconder la cabeza como los avestruces ni echarse para atrás como haría un cobarde. Una vez asumida la realidad de su inesperado y sublime amor por Ana Belén, para él estaba claro cual era el siguiente paso: Conocerse personalmente y confirmar con el trato físico lo que ya sabían a través de las pantallas de sus ordenadores, y empezar juntos una nueva etapa en sus vidas. No dejaba de ser consciente de las dificultades que les acarrearía semejante decisión, pero sabía de sobras que la magnitud de los obstáculos que se les presentasen sería menor cuanto mayor fuese su amor y enorme su fe en el futuro que les esperaba. Alejandro confiaba en que su idea sería suficiente para convencer a Ana Belén y al resto del mundo de que su sueño no era descabellado.
-Y no contó con que yo me iba a negar...-Ana Belén ya no luchó por retener las lágrimas. Su hermano, que escuchaba mudo y estupefacto su narración desgarrada por el llanto y la pesadumbre, rodeó la mesa y se sentó a su lado, permitiendo así que lo abrazara para sentirse reconfortada y asintió con suavidad cuando ella se dispuso a reanudar el relato:-No contó con mis convicciones y con mis ideas. No contó con mi sagrado respeto a su mujer... Mario, hablé varias veces con ella por teléfono y por Internet, y es una chica que bebía los vientos por su marido, aunque fuera una estúpida que no entendía su pasión por ser bombero... Tiene un bebé de tres años, Mario... Dime, Mario, ¿qué derecho tenía yo a destrozar un matrimonio? ¿Qué derecho tenía yo a quitarle a esa mujer su marido, por muy mal que se lleven? Mario, ¿qué derecho tenía?
-Ya-acertó a responderle él, acariciándole el pelo para calmarla-pero si era lo que él quería, debías haber respetado su postura. Ya no era un crío, Ana, y después de lo que le costó reconocer lo vuestro justo era que lo intentaseis... Era su decisión, no la tuya, creo que fuiste demasiado conservadora...
-¡No iba a pasarme por el forro mis convicciones, me cago en la leche, Mario!-Gritó su hermana, zafándose de su abrazo bruscamente-sí, él fue muy valiente al reconocer que habíamos traspasado sin quererlo la barrera de la amistad, pero después jugó a nadar y guardar la ropa, tío... Jugó con dos barajas, tete...
-¿Cómo que jugó con dos barajas?
-Sí, porque no iba a dejar a su mujer hasta que no me hubiese conseguido a mí... Y yo sólo le pedía que la dejara, que no me dijera nada, y que pasado un tiempo viniese a buscarme... Sé que suena, que es, muy hipócrita por mi parte, pero sabía que así no tendría el más mínimo sentimiento de culpa. Ojos que no ven...
-Ya... Cierto que fue una hipocresía, una falacia, una sucia treta de político en campaña..., etcétera, por tu parte, Ana... Pero cierto también lo que dices tú. Debía haber roto su matrimonio y luego lanzarse a la piscina contigo... Hubiera sido lo mismo y no hubiera sido lo mismo. En verdad que le costaba muy poco haber sido un poquillo más valiente y no jugar con dos barajas...
-Sólo le pedí eso, y no quiso hacerlo. Ése fue el motivo por el que estuvimos un mes sin contactar y sin hablar... Tete, no te haces una idea de lo mal que lo pasé; era como si me faltase el aire, el oxígeno. Jamás imaginé que pudiera llegar a amar con tanta virulencia a alguien, y menos a alguien que no conocía personalmente... Pero empiezo a creer en lo que dice David, que la vida es una novela y que tarde o temprano nos encontramos con pasajes imprevisibles... Después de lo que he vivido, no afirmo ya nada...
-¿Qué pasó después?-Mario se barruntaba el final de la historia por la manera de expresarse de su hermana y por lo que había visto en los medios de comunicación esa misma semana, pero quería que se lo contara ella.
¿Qué pasó?, tete, la fotógrafa tomó las manos de Mario entre las suyas y las apretó en busca de consuelo y de apoyo. Tete, ocurrió el terremoto de Centroamérica y se fue con otros compañeros y perros adiestrados a San Salvador para ayudar a encontrar a los cientos de desaparecidos... Y antes de marcharse me llamó al móvil; quería verme antes de irse, quería que nos reconciliásemos, quería besarme en los labios y que a los dos nos quedase ese recuerdo hasta que volviera, quería que mi perfume se quedara marcado en su boca para poder saborearlo después al otro lado del Atlántico. Me juró que a su vuelta iba a separarse de Diana, que ese distanciamiento le había servido para reflexionar sobre lo nuestro, que me quería más que a su vida, que por lo más sagrado me lo atestiguaba. Que me amaba y que tenía derecho a esa maravillosa buena nueva... Que, si lo quería, que no me negase, que no me negase a lo que iba a pasar si nos encontrábamos. Que por Dios que no diese la espalda a nuestros sentimientos... Que eso no lo soportaría. Era locura lo que sentíamos el uno por el otro. Y ese volcán era sólo cuestión de tiempo que estallase. Los dos lo queríamos. Los dos lo sabíamos.
Y no me negué, Mario... Quedamos un jueves, un día antes de su marcha, y jamás podré olvidar esa tarde. Me recogió en el Parque del Retiro a las tres de la tarde, cuando acabé de trabajar en el periódico (le dije a mamá que me mandaban con una compañera a cubrir la noticia de supuestos fenómenos paranormales en una casa de Alcobendas y que no volvería hasta la hora de cenar) y nunca olvidaré el primer beso que nos dimos nada más vernos; fue el estallido del deseo, de la pasión tantos meses contenida, del terremoto que nos sacudía. Nunca olvidaré el glauco brillo de sus ojos mientras me susurraba entre mis labios versos del Romanticismo, nunca olvidaré la suavidad de su pelo color oro ni la ansiosa dulzura con la que me acarició a la par que me besaba con las ardillas de testigos. No. Jamás lo podré olvidar. No. No quiero olvidarlo. Es nuestro momento. Nuestro instante. Nuestro tesoro.
Y no le negué lo que tanto ansiaba él, lo que tanto quería yo. Lo que sabíamos que pasaría... En la Sierra, en un rincón discreto y rodeados de árboles frondosos y añejos, hicimos el amor. Mario, me llevó al final del arco iris, a un mundo ideal, más allá de las estrellas y los planetas, más allá de las galaxias y los satélites; fue mi primera vez, tete, y fue con él, con el hombre que amaba... Fue algo que no te puedo explicar con palabras, fue nuestro momento de felicidad, de dicha, de amor. No fue sólo sexo lo que hubo entre los dos bajo el vespertino firmamento de la Sierra; fue amor, porque mientras me hacía suya no dejó de mirarme a los ojos y de llamarme por mi nombre en el oído, en la boca, en la nuca... Fue el capítulo por excelencia de la novela de nuestras vidas. El más hermoso. El que permanecerá por siempre en mi corazón y en mi recuerdo. El que más me habría gustado poder plasmar en una foto, tete, el que nunca cesaré de rememorar. Vivió la última tarde antes de marcharse conmigo, no con Diana. Fue mío. Mío. No de Diana. Mío. Lo lamento muchísimo por ella, pero esa tarde me tuvo a mí. Fue mío. Mío porque nos amábamos. Mío porque por fin aceptaba mis condiciones y a su vuelta íbamos a liar la de Dios comunicando al mundo entero nuestro extraño pero sublime amor. Él dejaba a Diana y, pasados tres meses, “oficializábamos” nuestra relación. Soñábamos con ese día, tete... ¡Qué hermosos son los sueños y qué puta es la realidad! ¡Qué puta!
El joven pediatra estaba gratamente asombrado por el acontecimiento que había cambiado para siempre la vida de su hermana, y se alegraba de que hubiese conocido a Alejandro. Por ser parapléjica no dejaba de ser mujer, con todo lo que ello significa; tenía derecho a vivir un amor como el que ese bombero le dio, tenía derecho a hacer lo que hizo, tenía derecho a equivocarse y a sufrir, ¿por qué no? ¿En qué se diferenciaba ella de una chica que no tuviese discapacidad física alguna? En nada. La vida, para todos, está llena de intervalos excelentes y crueles; la vida no se detiene, la vida continúa, la vida es un camino de luces y sombras para todos sin excepciones ni exclusiones. Y, a pesar de que los momentos trágicos, sombríos y desoladores son los más que nos encontramos en nuestro transitar por la autopista de la supervivencia, son los momentos de dicha, de paz, de pasión por algo o alguien, de jolgorio, de algidez, los que se incrustan para siempre en nuestro corazón, los que se quedan grabados perennemente en nuestra memoria; vale la pena sufrir de dolor o de despecho si antes ha habido un solo momento de felicidad que podamos recordar hasta el día de nuestra muerte. Realmente vale la pena.
-Sí, Mario, vale la pena, tío. Lo que viví con él no lo olvidaré mientras viva. Es nuestro secreto. Nuestro tesoro. Lo que sentimos es nuestro. De nadie más. Es nuestro. De él y mío. Está grabado a fuego en mi alma.
-Es un amor maravilloso, Ana. Y lo has vivido tú... Nada ni nadie te lo quitará jamás... Ni su mujer, si se enterase alguna vez. Lástima que...-Mario se detuvo, temiendo ahondar en la desesperación de la fotógrafa.
-Sí, tete, ¿has visto qué final más cruel e injusto ha tenido una historia de amor tan maravillosa? Imagino que ahora te olerás la tostada. Ahora sabrás lo que le ha pasado a Alex...-Ana Belén tuvo que detenerse, nuevamente ahogada por el llanto.
Sí. Mario lo sabía. Como lo sabía España entera por los medios de comunicación: El joven bombero español, de origen almeriense y afincado en Getafe, Alejandro Pino González, de 33 años, casado y padre de un niño de tres años, pereció en un edificio de San Salvador cuando una réplica descomunal del tremebundo terremoto que asoló el país una semana antes lo sorprendió junto a uno de los perros rastreadores intentando rescatar a un niño al que encontraron con vida bajo los escombros.
-Lo han repatriado hoy... Lo he oído en los noticiarios, tete, y es su mujer la que va a figurar como su viuda, ¡maldita sea! ¡Y yo no puedo ir a despedirme de él, no podré ir a llevarle flores a su tumba, no puedo, tete, no puedo! Lo que vivimos es nuestro... ¡Nuestro! Y nuestro será para siempre. La vida nos ha impedido gritarlo a los cuatro vientos y yo guardaré nuestro secreto; jamás romperé otra vez nuestro pacto de silencio. Te lo he contado a ti, tete, porque sé que nunca me traicionarás...
-Por supuesto...-La interrumpió él-es vuestra historia. Nunca diré nada. Ni siquiera a Isabel si no quieres. Pero es una historia de amor maravillosa, y me alegro mazo de que te haya pasado a ti-con las yemas de sus dedos limpió las lágrimas del rostro de su hermana, dándole a continuación un beso en la mejilla izquierda-sólo siento terriblemente el final...
-Y yo más-respondió Ana Belén-no me acostumbro a su ausencia, no me hago a la idea de que no volverá, no me resigno a su marcha. ¿Por qué él? ¿Por qué la vida nos ha hecho esta putada? ¿Hemos pagado ese precio por un amor extraño y prohibido? ¿Hemos pagado ese tributo por amarnos estando él casado?
Mario la consoló y tranquilizó. No. No habían cometido un delito por amarse estando el casado. La vida es así de sorprendente e imprevisible, y nos atrapa con momentos mágicos para no olvidar jamás. La vida es una ruleta, y nunca sabemos qué tirada nos va a tocar en suerte, ni cuándo, ni dónde, ni por qué. Nos toca, y nos toca. Y cuando la muerte, que nunca falta a su cita, acude, no nos salvará de ella ni la Biblia en pasta... Eso era, cruel realidad, lo que le sucedió a Alejandro. En el momento más hermoso de su vida. Sí. Pero ella tenía que quedarse con lo que vivieron, y recordarlo con alegría y con la conciencia tranquila; se amaron y se lo demostraron. El resto, nada importaba. Sólo el recuerdo de lo que sintieron y vivieron.
La fotógrafa abrazó a su hermano y sonrió mirando al cielo. Sí. Mario estaba en lo cierto: Hay que aprovechar los instantes de felicidad que tengamos; son los que más escasean y los que se quedan para siempre grabados en nuestro interior. La vida avanza, la vida no se para, la vida continúa, pero ella jamás olvidaría lo que vivió con Alejandro. Era el amor de su vida, por muy extraño e imposible que hubiera sido.
Era el amor de su vida. Y, antes de irse, fue suyo. No de su mujer. Suyo. El amor de su vida.
El médico miraba a su hermana y no podía soportar la triste melancolía y el pertinaz silencio que se habían instalado desde hacía unos días en ella; quería saber qué le ocurría a Ana Belén, por qué las interminables horas de llanto e insomnio que sus ojos por la mañana delataban que padecía por las noches, por qué ese perenne gesto de amargura, desamparo y desolación en su hermoso rostro, por qué esa repentina indiferencia ante todo lo que sucedía a su alrededor, por qué esa negativa a irse de vacaciones con sus padres cuando viajar era una de las grandes pasiones de la guapísima fotógrafa, por qué su escasa gana de comer, por qué... ¿Qué le pasaba a Ana Belén para estar en semejante estado, ella que siempre hacía reír a los demás y les levantaba la moral con su arrollador carácter? Por más que le daba vueltas, no lograba imaginar qué o quién había abocado a su hermana a semejante arrebato emocional. Por más que intentaba hablar con ella, inspirarle confianza para que se desahogara, no lo conseguía. Ana Belén se había cerrado en banda como un mejillón. Le ocurriera lo que le ocurriera, se lo estaba tragando sola. Intentaría convencerla una vez más para que confiara en él; era su hermano, y nunca le contaría a nadie nada que ella no quisiera. Nunca.
Mario terminó de fregar y colocó en una bandeja dos vasos de naranjada y salió al jardín, donde la pelirroja melena de la fotógrafa ondeaba al viento cuan bandera en lo alto de un mástil y donde su pensamiento se hallaba muy lejos de allí a pesar de que, en apariencia, estaba concentrada en la redacción de un texto, a juzgar por el cuaderno cuadriculado y el bolígrafo tan azul como grueso que tenía entre sus manos.
Su hermano se sentó frente a ella y sorbió un trago de naranjada mientras esperaba que la joven acabara la tarea en la que estaba inmersa. Quería que le contara su pena o su desengaño o su frustración o lo que fuera que le estaba quemando el alma. Ana Belén no podía seguir así.
-¿Ya has terminado de fregar?-Una breve sonrisa apareció en la cara de la fotógrafa cuando levantó la vista del cuaderno y se percató de la presencia del pediatra.
-Muy graciosa, hermanita...-Le contestó, fingiendo cabrearse con ella.-Sabes de sobra que detesto lavar los platos...
-Ya-repuso ella-pero tu mujer y tú lo lógico es que compartáis las tareas del hogar, idiota, que eres un machista idiota...
-¿Machista yo?-Divertido por el pique al que quería someterlo su hermana, Mario le siguió el juego.-Lo que soy es un amo de casa perfecto, querida... Isabel tiene una joya de marido...
-Un diamante en bruto, no te jode-respondió una jocosa Ana Belén, olvidando por unos instantes su tristeza.
-Por eso Isabel me saca brillo todas las noches, para pulirme-Mario se alegró de escuchar la repentina y fugaz carcajada de su hermana.
-A ti no te pule ni Dios, capullo...
-O sea, que te quedas aquí, en mi casa, durante quince días, y te dedicas a insultarme-Mario no disimulaba su hilaridad-¡Bonita forma de corresponder a mi generosidad! ¡Se lo voy a decir a tu cuñada cuando venga del curro!
-Díselo-se chuleó una divertida Ana Belén-me dará la razón inmediatamente...
-Ayyyyyyyy, esto me pasa por enamorarme de tu mejor amiga y casarme con ella...-Mario levantó los brazos en dirección al cielo, en una simulada expresión de estoicismo.
-La verdad es que formáis una pareja que da envidia... Y me alegro mogollón por los dos...-La seriedad tornó al rostro y al ánimo de Ana Belén.
-La amo a lo bestia-repuso él-es una tía que vale la pena, y quiero vivir toda una vida con ella.
-Y a ver si me hacéis tía ya, puñeta...-La fotógrafa sonrió.
-¡Mujer, espera un poco!-Chilló un socarrón Mario-¡Sólo hace un año que nos casamos!
-Isabel es una tía única-repuso Ana Belén, seria otra vez-no la traiciones nunca, porque sería para cortarte los...
-Nunca lo haré-Mario, a su vez, se puso serio al interrumpir la frase de su hermana-¿quién me va a dar más que ella? Ninguna. Jamás.
-Es un sol.
-Es mi sol-Mario sonrió lleno de amor al pensar en la atractiva e inteligente psiquiatra con la que estaba casado. Viendo cómo su hermana dejaba el bolígrafo sobre la mesa, le preguntó:-¿Qué haces tú escribiendo? ¡Qué cosa más rara!
-Ya...-Respondió ella-sabes que detesto profundamente escribir, que no sirvo para ello, que envidio a los escritores por su capacidad de tirarse horas creando textos de la nada, pero los de la asociación me han pedido que dé una conferencia junto con mi compañero David sobre discapacidades físicas a los alumnos de un instituto... Bueno, a los de la clase de Técnico Superior de Animación Sociocultural... Y no he tenido más narices que escribir lo que les voy a decir.
-Eso está muy bien, jovencita-dijo Mario-es importante, básico, primordial, necesario, que la gente sepa que porque tengáis una discapacidad no dejáis de ser personas. Y que tenéis los mismos derechos y deberes que los demás. Créete que estoy harto de que el personal os infravalore y os tome por pobrecitos inútiles que no se enteran de nada.
-Eso son las barreras mentales, tan nefastas o peores que las arquitectónicas. La gente piensa que porque tengamos dañado el cuerpo tenemos también dañado el cerebro, y no se percatan del daño que hacen con esa actitud...
-Es que hay mucha ignorancia, Ana, y lo que no se conoce da terror, pánico, miedo. Por eso hay que concienciar al personal y darle toda la información que haga falta...
-Sabes que siempre he dicho que cada uno de nosotros, discapacitado o no, somos diferentes por el talento que poseemos para ejercer una misión en la vida. Y ésa es la idea principal que quiero transmitirles a los alumnos que nos van a escuchar...
-Me parece una idea contundente y veraz como la Vida misma. Siempre te lo he dicho-corroboró Mario, henchido de orgullo por su hermana.
-Gracias...
-No, de gracias nada... Es la verdad...
-¿Quieres que te lea lo que he escrito?-Ante el gesto afirmativo de Mario, Ana Belén añadió con una evidente mueca de fastidio:-Tío, te prometo que no entiendo a los que dicen que son felices todo el día escribiendo... ¡Qué tortura!
-Hija, tú misma lo dices; cada uno valemos para una cosa en esta vida-respondió Mario, agregando acto seguido:-También habrá gente que no entienda que tú te mueras por la fotografía y seas fotógrafa profesional... Yo mismo, no soy capaz de ver una foto o de hacerla como tú. Pues igual les debe pasar a los que escriben; ellos reflejan lo que sienten con palabras, y tú lo reflejas con imágenes...
-Ya...-Asintió ella-escucha, y dime luego qué te parece, ¿vale?
-A sus órdenes, capitana-se burló Mario, ante la sonrisa fugaz de Ana Belén.
-Escucha...
DISCAPACITADOS FÍSICOS, SÍ, PERO PERSONAS.
Buenos días, Me llamo Ana Belén, y tengo 29 años. Como veréis, estoy afectada por una discapacidad física; a los 16 años, un accidente de tráfico me dejó parapléjica, lo que me tiene atada a esta silla de ruedas. Gracias al tesón y al esfuerzo de mis padres, mis abuelos y mi hermano, soy lo que soy hoy día: Cuando los médicos les dijeron cómo me había quedado, ellos no se rindieron, batallaron, y, a base de rehabilitación, cariño y esfuerzo, lograron que mejorase, que no perdiera jamás las ganas de vivir y de salir adelante... Y eso es lo más importante que he aprendido de ellos, que hay que plantar cara a las adversidades y luchar. Que el que no lucha no consigue sus objetivos. Yo no he dejado nunca de hacerlo, ni lo haré jamás; tengo mi carrera de Periodismo, y soy fotógrafa profesional. Ahora trabajo en un periódico provincial, y me congratulo muchísimo de ver que varias de mis fotografías han ganado concursos de categoría nacional.
Os cuento todo esto para que me conozcáis, para que sepáis mi historia y para que cuando seáis educadores y tengáis que trabajar con discapacitados físicos les animéis a no quedarse encerrados todo el día en casa comiéndose el tarro y lamentándose de su mala suerte... Tenéis que concienciarles de que hay que buscarse las marañas para que cada día sea un motivo de satisfacción personal, que deben echarle cojones (perdón por la palabra) a la situación y encontrar un aliciente, un algo que les permita demostrarse a sí mismos y demostrar a los demás (tan importante es una cosa como la otra) que por el hecho de tener una minusvalía física no son un cero a la izquierda en la Sociedad. Que no se sientan diferentes por estar en una silla de ruedas o tener una parálisis cerebral (por poner dos ejemplos), sino por poseer un talento del que los demás carecen; David (aquí presente) es diferente por su pasión por la Literatura y su increíble destreza con los ordenadores, Beethoven era diferente por su extraordinario talento para la música, Frida Kalho era diferente por sus magníficas pinturas... Y servidora (sin ninguna pretensión de ser pedante y altanera, por supuesto) se considera diferente por llevar la fotografía en la sangre. Eso es, a mi juicio, lo que vosotros, como educadores que vais a ser, deberíais intentar hacer cuando trabajéis con minusválidos: Sacar a relucir lo mejor de cada uno. Hacerles comprender que, sí, de acuerdo, tienen una discapacidad física, pero no por ello dejan nunca de ser personas. Con todo lo que ello conlleva.
Aunque, si tengo que poner aquí mi sinceridad por bandera, os diré que a quien hay que educar primero es a la Sociedad. Es bien cierto que hasta que a uno no le pasan las cosas no se percata de la inmensidad de las mismas, pero no es menos cierto que vivimos en un mundo donde imperan la ley de la selva y el ¡sálvese quien pueda! Hay mucha insolidaridad, demasiada. Hay mucha incultura, hay mucho desprecio a lo distinto, hay terror a lo que no es como queremos que sea, hay pánico a lo que no conocemos. Y, en este sentido, nos topamos con las barreras arquitectónicas y las mentales... Clama al cielo la cantidad de obstáculos, físicos y psicológicos, a los que nos tenemos que enfrentar día a día los minusválidos; desde el rechazo a los niños discapacitados en los colegios a la ausencia de centros de ocio adaptados totalmente a nuestras necesidades, desde los bordillos de las aceras, portales y entradas a cualquier edificio imposibles de bajar y subir en silla de ruedas hasta la usurpación de rampas y demás espacios para minusválidos en las calles, desde una comunidad de vecinos que considera más importante el pintar la fachada que el adecuar la entada a nuestras necesidades, desde que te traten como una pobre criatura que no se entera de nada hasta que ¡un médico! te pregunte cómo andas de la cabeza cuando has terminado de contarle todo tu historial... Son cosas que hacen mucho daño a quienes las padecemos, cosas que entre todos debemos corregir y cambiar. Debemos tener claro que somos personas, que se nos debe tratar en igualdad de condiciones, que debemos luchar para erradicar completamente las barreras arquitectónicas y mentales y que cada uno de nosotros, discapacitados o no, somos diferentes por nuestra personalidad y por el talento que poseemos para ejercer una misión en la vida.
-¡Guau!-Exclamó un admirado Mario-¡Y eso que no te gusta escribir! ¡Si te llega a gustar, macha, serías Premio Nobel!
-Jajajaja-la fotógrafa no pudo reprimir la risa-¡qué exagerado eres! La verdad es que David me ha ayudado mucho; él sí es escritor, además de informático, y me ha indicado cómo debía hacerlo. Pero, ¡buf!, ¡he tardado 9 días en redactarlo! ¡Y David escribió el suyo en una tarde, tío!
-Ya lo dices tú; cada uno de nosotros somos diferentes por el talento que poseemos para realizar una misión en la vida.
-Ya...
-¿Y cuándo es la charla?
-El jueves dieciocho de septiembre a las once de la mañana. Nos llevan a David y a mí con la furgoneta de la asociación... ¿De qué te ríes?-A Ana Belén no le pasó desapercibida la sonrisa borde de su hermano.
-¿David y tú.....?-Mario se echó para atrás en la silla al ver que la fotógrafa hacía ademán de abofetearlo a través de la mesa que estaba sita entre ellos.-¡Eh! ¡No te piques! ¡Era coña!
Pues menuda coña, le contestó ella, masticando las palabras con tan irritada frialdad que el pediatra no tardó en darse cuenta de que su última broma no le había sentado nada bien. ¿Qué pasaba? ¿Porque David y ella fuesen amigos y colaborasen en las tareas que les encomendaban los de la asociación a la que pertenecían tenían que enamorarse? Qué poco la conocían todos, que pesados se ponían todos tratándola como una niña pequeña que necesita que estén pendientes de todos y cada uno de sus movimientos porque al menor descuido puede caerse a una piscina o por una ventana, qué poco predispuestos se mostraban todos a reconocer que, a sus 29 años y con una carrera profesional brillante a la vuelta de la esquina, tenía todo el derecho del mundo a tontear con el tío que le viniera en gana sin que le entraran ganas de morirse si todo se iba a pique. Qué equivocados estaban todos si realmente creían que bebía los vientos por su compañero y amigo David, aquejado de espina bífida (aunque podía caminar). Qué poco sospechaban de su secreto... ¡Les daría un soponcio si supieran lo que había vivido en el más absoluto de los silencios! ¡Se quedarían a cuadros, patidifusos, estupefactos y boquiabiertos si supieran...! Ay, ¡si supieran!
El incontenible y desgarrado ataque de llanto impidió a Ana Belén continuar con su inesperado desahogo. Mario, que esperaba paciente parapetado en una elipsis que por intuición comprendía que debía mantener hasta que su hermana concluyese su monólogo cargado de dolor y pena y rabia e ira por un hecho secreto, hermoso sin duda, triste tal vez, que había sacudido su alma, alcanzó un paquete de pañuelos de papel que estaba en el extremo más alejado de la mesa y tomó uno de su interior para tendérselo a la fotógrafa. Ésta lo aceptó, procediendo sin más dilación a secar el valle de lágrimas en que habíase convertido su rostro en cuestión de milésimas de segundo; pronto reclamó otro, porque no podía dejar de llorar, porque por fin había decidido contarle a Mario el terremoto de amor que había transformado irremediablemente y por siempre su visión de la vida y del sentimiento más bello que poseemos los seres humanos. Por fin iba a romper el mutismo que ella misma se había impuesto en el tema del acontecimiento que jamás olvidaría; Mario, además de su hermano, era su mejor amigo. En él podía confiar a muerte. Sí. Quería contárselo. Necesitaba contárselo.
Descubrió el universo de Internet durante los últimos años de carrera, y lo utilizaba para su trabajo y el contacto por E-mail con sus compañeros y con sus amigos del Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Nunca le dio por meterse en los programas de mensajería instantánea, en los chats o en los millares de foros que sobre los más variopintos temas hay en casi todos los portales y en todas las ediciones digitales de todos los medios de comunicación... Hasta que un día, un año atrás, sin saber muy bien por qué, y sin tener la más mínima idea de que ese gesto cambiaría para siempre el sentido de su vida y su concepción clásica, tradicional, del amor entre dos personas, se coló con un nick de lo más extravagante en un chat de fútbol... Y sin saber apenas cómo se utilizaba semejante parte de Internet empezó a hablar con un chico de treinta y tres años apasionado hincha del Atlético de Madrid y con una desmedida pasión por la Literatura, la fotografía y el cine. Con sus aficiones comunes por las fotos y el séptimo arte y su rivalidad total en el terreno futbolístico, pues Ana Belén era fanática seguidora del Real Madrid, forjaron una amistad irrompible, maravillosa y leal que perduró hasta el final. Así, con la infinita confianza que día a día adquirieron en sus largas conversaciones, fue cómo se enteró Ana Belén de que Alejandro era bombero destinado en Getafe, que había nacido en Almería, que estaba casado y que tenía un bebé de 3 años, que su matrimonio era un completo desastre por la incomprensión de su esposa por su trabajo, que fingían que todo iba bien cuando era más que palpable que eso no era cierto, que él se refugiaba en sus cibercolegas para desconectar de las numerosas situaciones tensas de su trabajo al llegar a su casa, que le encantaban la fotografía y el cine y que su mito erótico era Marylin Monroe.
Así, con la infinita confianza que día a día adquirieron en sus largas conversaciones, fue cómo se enteró Alejandro de la historia de tragedia y lucha por la vida y por los retos que quería lograr la fotógrafa, de su pasión por las fotos y por el séptimo arte, de su preferencia por las extraordinarias películas de Jhon Ford y Woody Allen, de su arrollador carácter y su dulzura, de su primer amor que murió en el mismo accidente de tráfico que la condenó a ella a la silla de ruedas, de su admiración por las hermosas canciones del malogrado Nino Bravo, de su afición al fútbol y al Real Madrid, de las impactantes imágenes que captaba con su cámara para el periódico, de las conferencias que estaba empezando a dar en nombre de la asociación de discapacitados a la que pertenecía, de su amistad con David y de la admiración que le profesaba por ser tan buen escritor, de su sueño de poder trabajar un día en un medio de comunicación nacional...
Y así fue como, cuan huracán, terremoto, tormenta, ciclón, vendaval, tornado, monzón, volcán en erupción y las más violentas e inesperadas inclemencias meteorológicas, se dieron cuenta de que se habían enamorado. Por muy increíble y extraño que les pareciera, por más que intentaran negárselo a sí mismos por separado, por mucho que ambos se hubieran burlado anteriormente de quienes contaban historias alucinantes de amores y rollos en la red... ¿Cómo iba a ser posible enamorarse de alguien a quien no se ha visto en la vida, de alguien al que sólo se conoce por foto y por las conversaciones a través de programas de mensajería instantánea? ¿Cómo iba a ser factible ese dislate, ese desbarro, ese desatino? No. Eso era un sueño de esos estúpidos e inexplicables; pronto despertarían y volverían a ser sólo cibercolegas... Eso podía ser un cuento de los internautas aburridos para matar el tiempo, pero nunca una realidad para ellos. No. Eran muy cultos como para dejarse arrastrar por esas nimiedades... Ellos no eran tan simples. Ellos no.
Se acabó imponiendo la sorpresiva conducta de la vida y del amor sobre la racionalidad de sus pensamientos y convicciones. No pudieron negar por más tiempo los gritos de sus corazones reclamándoles que les escucharan, que les dejasen salir a la superficie; no podían navegar contra corriente, la vida es un camino hermoso, duro, precioso, triste, lleno de atajos que parecen impenetrables y que ocultan hechos inesperados que pueden ser fructíferos o nefastos para quienes se los encuentran... Y que son imposibles de evitar, por muchas vueltas y senderos alternativos que se busquen. Cada uno de nosotros tenemos ya adjudicado, por no sabemos quién, por no sabemos qué, nuestro destino. Y es una soberana gilipollez tratar de eludirlo. Cuando te toca, te toca. Así de claro. Así de axiomático.
Alejandro fue quien aceptó la realidad primero, quien la asumió y quien decidió afrontarla. Si el precio a pagar por amar a esa mujer era romper con toda su vida anterior, juraba por lo más sagrado que lo haría. No le importaba la opinión de nadie, no le preocupaba lo que de él pudieran decir sus superiores y su familia. Ana Belén había sido un rayo de luz en medio de las negras nubes que tapaban su horizonte, la amaba y la admiraba por su carácter arrollador, por su valentía para afrontar la durísima prueba que le había tocado en suerte en el camino de su existencia y por la pasión con la que hacía su trabajo y desarrollaba su rutina diaria. Ana, sin conocerle personalmente, lo escuchaba y lo aconsejaba como nunca hacía su mujer, tenía una comprensión absolutamente leal por la naturaleza de su trabajo y la adicción que le creaba, poseía una generosidad y una dulzura excepcionales... Ciertamente, Ana era para él un regalo, un tesoro que nadie sabría jamás cuánto apreciaba y cuánto anhelaba hacer suyo para el resto de sus días; porque, una vez asumida la realidad de ese amor extraño y súbito, inopinado e insospechado, no podía esconder la cabeza como los avestruces ni echarse para atrás como haría un cobarde. Una vez asumida la realidad de su inesperado y sublime amor por Ana Belén, para él estaba claro cual era el siguiente paso: Conocerse personalmente y confirmar con el trato físico lo que ya sabían a través de las pantallas de sus ordenadores, y empezar juntos una nueva etapa en sus vidas. No dejaba de ser consciente de las dificultades que les acarrearía semejante decisión, pero sabía de sobras que la magnitud de los obstáculos que se les presentasen sería menor cuanto mayor fuese su amor y enorme su fe en el futuro que les esperaba. Alejandro confiaba en que su idea sería suficiente para convencer a Ana Belén y al resto del mundo de que su sueño no era descabellado.
-Y no contó con que yo me iba a negar...-Ana Belén ya no luchó por retener las lágrimas. Su hermano, que escuchaba mudo y estupefacto su narración desgarrada por el llanto y la pesadumbre, rodeó la mesa y se sentó a su lado, permitiendo así que lo abrazara para sentirse reconfortada y asintió con suavidad cuando ella se dispuso a reanudar el relato:-No contó con mis convicciones y con mis ideas. No contó con mi sagrado respeto a su mujer... Mario, hablé varias veces con ella por teléfono y por Internet, y es una chica que bebía los vientos por su marido, aunque fuera una estúpida que no entendía su pasión por ser bombero... Tiene un bebé de tres años, Mario... Dime, Mario, ¿qué derecho tenía yo a destrozar un matrimonio? ¿Qué derecho tenía yo a quitarle a esa mujer su marido, por muy mal que se lleven? Mario, ¿qué derecho tenía?
-Ya-acertó a responderle él, acariciándole el pelo para calmarla-pero si era lo que él quería, debías haber respetado su postura. Ya no era un crío, Ana, y después de lo que le costó reconocer lo vuestro justo era que lo intentaseis... Era su decisión, no la tuya, creo que fuiste demasiado conservadora...
-¡No iba a pasarme por el forro mis convicciones, me cago en la leche, Mario!-Gritó su hermana, zafándose de su abrazo bruscamente-sí, él fue muy valiente al reconocer que habíamos traspasado sin quererlo la barrera de la amistad, pero después jugó a nadar y guardar la ropa, tío... Jugó con dos barajas, tete...
-¿Cómo que jugó con dos barajas?
-Sí, porque no iba a dejar a su mujer hasta que no me hubiese conseguido a mí... Y yo sólo le pedía que la dejara, que no me dijera nada, y que pasado un tiempo viniese a buscarme... Sé que suena, que es, muy hipócrita por mi parte, pero sabía que así no tendría el más mínimo sentimiento de culpa. Ojos que no ven...
-Ya... Cierto que fue una hipocresía, una falacia, una sucia treta de político en campaña..., etcétera, por tu parte, Ana... Pero cierto también lo que dices tú. Debía haber roto su matrimonio y luego lanzarse a la piscina contigo... Hubiera sido lo mismo y no hubiera sido lo mismo. En verdad que le costaba muy poco haber sido un poquillo más valiente y no jugar con dos barajas...
-Sólo le pedí eso, y no quiso hacerlo. Ése fue el motivo por el que estuvimos un mes sin contactar y sin hablar... Tete, no te haces una idea de lo mal que lo pasé; era como si me faltase el aire, el oxígeno. Jamás imaginé que pudiera llegar a amar con tanta virulencia a alguien, y menos a alguien que no conocía personalmente... Pero empiezo a creer en lo que dice David, que la vida es una novela y que tarde o temprano nos encontramos con pasajes imprevisibles... Después de lo que he vivido, no afirmo ya nada...
-¿Qué pasó después?-Mario se barruntaba el final de la historia por la manera de expresarse de su hermana y por lo que había visto en los medios de comunicación esa misma semana, pero quería que se lo contara ella.
¿Qué pasó?, tete, la fotógrafa tomó las manos de Mario entre las suyas y las apretó en busca de consuelo y de apoyo. Tete, ocurrió el terremoto de Centroamérica y se fue con otros compañeros y perros adiestrados a San Salvador para ayudar a encontrar a los cientos de desaparecidos... Y antes de marcharse me llamó al móvil; quería verme antes de irse, quería que nos reconciliásemos, quería besarme en los labios y que a los dos nos quedase ese recuerdo hasta que volviera, quería que mi perfume se quedara marcado en su boca para poder saborearlo después al otro lado del Atlántico. Me juró que a su vuelta iba a separarse de Diana, que ese distanciamiento le había servido para reflexionar sobre lo nuestro, que me quería más que a su vida, que por lo más sagrado me lo atestiguaba. Que me amaba y que tenía derecho a esa maravillosa buena nueva... Que, si lo quería, que no me negase, que no me negase a lo que iba a pasar si nos encontrábamos. Que por Dios que no diese la espalda a nuestros sentimientos... Que eso no lo soportaría. Era locura lo que sentíamos el uno por el otro. Y ese volcán era sólo cuestión de tiempo que estallase. Los dos lo queríamos. Los dos lo sabíamos.
Y no me negué, Mario... Quedamos un jueves, un día antes de su marcha, y jamás podré olvidar esa tarde. Me recogió en el Parque del Retiro a las tres de la tarde, cuando acabé de trabajar en el periódico (le dije a mamá que me mandaban con una compañera a cubrir la noticia de supuestos fenómenos paranormales en una casa de Alcobendas y que no volvería hasta la hora de cenar) y nunca olvidaré el primer beso que nos dimos nada más vernos; fue el estallido del deseo, de la pasión tantos meses contenida, del terremoto que nos sacudía. Nunca olvidaré el glauco brillo de sus ojos mientras me susurraba entre mis labios versos del Romanticismo, nunca olvidaré la suavidad de su pelo color oro ni la ansiosa dulzura con la que me acarició a la par que me besaba con las ardillas de testigos. No. Jamás lo podré olvidar. No. No quiero olvidarlo. Es nuestro momento. Nuestro instante. Nuestro tesoro.
Y no le negué lo que tanto ansiaba él, lo que tanto quería yo. Lo que sabíamos que pasaría... En la Sierra, en un rincón discreto y rodeados de árboles frondosos y añejos, hicimos el amor. Mario, me llevó al final del arco iris, a un mundo ideal, más allá de las estrellas y los planetas, más allá de las galaxias y los satélites; fue mi primera vez, tete, y fue con él, con el hombre que amaba... Fue algo que no te puedo explicar con palabras, fue nuestro momento de felicidad, de dicha, de amor. No fue sólo sexo lo que hubo entre los dos bajo el vespertino firmamento de la Sierra; fue amor, porque mientras me hacía suya no dejó de mirarme a los ojos y de llamarme por mi nombre en el oído, en la boca, en la nuca... Fue el capítulo por excelencia de la novela de nuestras vidas. El más hermoso. El que permanecerá por siempre en mi corazón y en mi recuerdo. El que más me habría gustado poder plasmar en una foto, tete, el que nunca cesaré de rememorar. Vivió la última tarde antes de marcharse conmigo, no con Diana. Fue mío. Mío. No de Diana. Mío. Lo lamento muchísimo por ella, pero esa tarde me tuvo a mí. Fue mío. Mío porque nos amábamos. Mío porque por fin aceptaba mis condiciones y a su vuelta íbamos a liar la de Dios comunicando al mundo entero nuestro extraño pero sublime amor. Él dejaba a Diana y, pasados tres meses, “oficializábamos” nuestra relación. Soñábamos con ese día, tete... ¡Qué hermosos son los sueños y qué puta es la realidad! ¡Qué puta!
El joven pediatra estaba gratamente asombrado por el acontecimiento que había cambiado para siempre la vida de su hermana, y se alegraba de que hubiese conocido a Alejandro. Por ser parapléjica no dejaba de ser mujer, con todo lo que ello significa; tenía derecho a vivir un amor como el que ese bombero le dio, tenía derecho a hacer lo que hizo, tenía derecho a equivocarse y a sufrir, ¿por qué no? ¿En qué se diferenciaba ella de una chica que no tuviese discapacidad física alguna? En nada. La vida, para todos, está llena de intervalos excelentes y crueles; la vida no se detiene, la vida continúa, la vida es un camino de luces y sombras para todos sin excepciones ni exclusiones. Y, a pesar de que los momentos trágicos, sombríos y desoladores son los más que nos encontramos en nuestro transitar por la autopista de la supervivencia, son los momentos de dicha, de paz, de pasión por algo o alguien, de jolgorio, de algidez, los que se incrustan para siempre en nuestro corazón, los que se quedan grabados perennemente en nuestra memoria; vale la pena sufrir de dolor o de despecho si antes ha habido un solo momento de felicidad que podamos recordar hasta el día de nuestra muerte. Realmente vale la pena.
-Sí, Mario, vale la pena, tío. Lo que viví con él no lo olvidaré mientras viva. Es nuestro secreto. Nuestro tesoro. Lo que sentimos es nuestro. De nadie más. Es nuestro. De él y mío. Está grabado a fuego en mi alma.
-Es un amor maravilloso, Ana. Y lo has vivido tú... Nada ni nadie te lo quitará jamás... Ni su mujer, si se enterase alguna vez. Lástima que...-Mario se detuvo, temiendo ahondar en la desesperación de la fotógrafa.
-Sí, tete, ¿has visto qué final más cruel e injusto ha tenido una historia de amor tan maravillosa? Imagino que ahora te olerás la tostada. Ahora sabrás lo que le ha pasado a Alex...-Ana Belén tuvo que detenerse, nuevamente ahogada por el llanto.
Sí. Mario lo sabía. Como lo sabía España entera por los medios de comunicación: El joven bombero español, de origen almeriense y afincado en Getafe, Alejandro Pino González, de 33 años, casado y padre de un niño de tres años, pereció en un edificio de San Salvador cuando una réplica descomunal del tremebundo terremoto que asoló el país una semana antes lo sorprendió junto a uno de los perros rastreadores intentando rescatar a un niño al que encontraron con vida bajo los escombros.
-Lo han repatriado hoy... Lo he oído en los noticiarios, tete, y es su mujer la que va a figurar como su viuda, ¡maldita sea! ¡Y yo no puedo ir a despedirme de él, no podré ir a llevarle flores a su tumba, no puedo, tete, no puedo! Lo que vivimos es nuestro... ¡Nuestro! Y nuestro será para siempre. La vida nos ha impedido gritarlo a los cuatro vientos y yo guardaré nuestro secreto; jamás romperé otra vez nuestro pacto de silencio. Te lo he contado a ti, tete, porque sé que nunca me traicionarás...
-Por supuesto...-La interrumpió él-es vuestra historia. Nunca diré nada. Ni siquiera a Isabel si no quieres. Pero es una historia de amor maravillosa, y me alegro mazo de que te haya pasado a ti-con las yemas de sus dedos limpió las lágrimas del rostro de su hermana, dándole a continuación un beso en la mejilla izquierda-sólo siento terriblemente el final...
-Y yo más-respondió Ana Belén-no me acostumbro a su ausencia, no me hago a la idea de que no volverá, no me resigno a su marcha. ¿Por qué él? ¿Por qué la vida nos ha hecho esta putada? ¿Hemos pagado ese precio por un amor extraño y prohibido? ¿Hemos pagado ese tributo por amarnos estando él casado?
Mario la consoló y tranquilizó. No. No habían cometido un delito por amarse estando el casado. La vida es así de sorprendente e imprevisible, y nos atrapa con momentos mágicos para no olvidar jamás. La vida es una ruleta, y nunca sabemos qué tirada nos va a tocar en suerte, ni cuándo, ni dónde, ni por qué. Nos toca, y nos toca. Y cuando la muerte, que nunca falta a su cita, acude, no nos salvará de ella ni la Biblia en pasta... Eso era, cruel realidad, lo que le sucedió a Alejandro. En el momento más hermoso de su vida. Sí. Pero ella tenía que quedarse con lo que vivieron, y recordarlo con alegría y con la conciencia tranquila; se amaron y se lo demostraron. El resto, nada importaba. Sólo el recuerdo de lo que sintieron y vivieron.
La fotógrafa abrazó a su hermano y sonrió mirando al cielo. Sí. Mario estaba en lo cierto: Hay que aprovechar los instantes de felicidad que tengamos; son los que más escasean y los que se quedan para siempre grabados en nuestro interior. La vida avanza, la vida no se para, la vida continúa, pero ella jamás olvidaría lo que vivió con Alejandro. Era el amor de su vida, por muy extraño e imposible que hubiera sido.
Era el amor de su vida. Y, antes de irse, fue suyo. No de su mujer. Suyo. El amor de su vida.
Comentarios
Muy bueno,maestra, muy cernudiano, muy de choques de deseos y realidades... muy puritano de Puri, ojo...
Un beso, fiera.
es una historia interesante.
Me llama la atención el lenguaje: "me alegro mazo", por ejemplo. Será que estoy mayor. Si mi mujer me dice "me alegro mazo" me la llevo a urgencias porque algo le pasa. Tampoco he llamado nunca a nadie "tete", así que eso también me descoloca.
Por lo demás, es un relato explícitamente "moralizador", lo que también es un poco raro.
En general el vocabulario me sorprende: "glauco", "de color oro" en lugar de dorado, etc.
Un cordial saludo
PD: No sé dónde venden esas mosquiteras, ¡pero yo también me pido una, jejeje!
MIL BESOS, MY DEAR PROFE.
Lo del vocabulario, es que los protagonistas son jóvenes y hablan como tales. Hay mucha gente mayor que se ha asombrado, y a mí me halaga que mis lectores os fijéis en estos detalles. Y también me gusta introducir palabras poco conocidas, para jugar y experimentar con un tesoro tan inmenso y pisoteado como el castellano.
UN MUY CORDIAL SALUDO.
quizá no hayas caído en que yo, dicybug, firmo como Buggy en los blogs de blogger/blogspot.
O sea que Buggy y dicybug somos el mismo.
Un saludo
Me ha gustado mucho. Tan intenso como suele ser habitual en ti.
Pobre chica y pobre familia del bombero...
Qué bonito relato!
Un beso!
¡¡GRACIAS por la aclaración y por tus visitas a mi blog...!!
UN ABRAZO,
UN BESAZO,
Muchas gracias por tus amables palabras!!
Un besazo!